ECCE HOMO
05 Abril, 2007 18:01
Publicat per aladern,
general
Después de la temporada de las
recepciones viene la temporada de la expiación. Durante un mes, los musulmanes
chiítas del mundo entero van a llorar el martirio del imán Husayn. Lucknow es
uno de los santuarios de esa celebración. La mayor parte de los musulmanes, y
en cualquier caso su aristocracia, pertenecen a la minoría chiíta, al igual que
la dinastía de origen iraní que, durante dos siglos, reinó en la provincia de
Audh.
Se
dejan de lado los trajes bonitos, afeites y joyas: durante un mes las mujeres
vestirán de negro, color de luto entre los chiítas, al contrario del luto de
blanco practicado por los sunníes. Cada palacio abre su imambara, un
gran vestíbulo ricamente decorado, construido exclusivamente para albergar las
ceremonias de Muhárram y para conservar, de un año a otro las tazias de
cera de colores o de papel de oro y plata, réplicas en miniatura de la tumba de
Husayn en Karbala. El resto del año el imambara, en general el más
hermoso espacio de la mansión y el mejor conservado, permanecerá cerrado porque
es un lugar sagrado. Un poco como, en un castillo, una capilla privada que sólo
estuviera abierta un mes al año.
Cada
tarde, en los imambaras de los múltiples palacios de Lucknow se
celebrarán los machlis, ceremonias de lamentación a las que está
convidada toda la vecindad y el las cuales la piedad de los participantes se
mide por la abundancia de su llanto.
Zahr
acompaña a su madrastra a esos rituales durante los cuales se salmodia durante
horas el relato del martirio de Husayn. Las recitantes son profesionales,
expertas en suscitar la emoción, en hacer que el dolor ascienda poco a poco
hasta ese último punto en que arranca el corazón y en el cual, incapaces de
contenerse por más tiempo, las mujeres con el rostro inundado de lágrimas, comienzan
a darse grandes golpes de pecho al tiempo que gritan su desesperación con un
ritmo encantatorio cada vez más rápido: “¡Imán Husayn! ¡Imán Husayn! ¡Imán...!”
–a veces hasta desvanecerse.
.../...
Vuelven
a su memoria las ceremonias de un Viernes Santo en Sevilla, a las que asistió
cuando contaba dieciséis años. Recuerda los gritos, los llantos, los desmayos,
y sobre todo su horror ante el espectáculo del gran desfile de flagelantes.
Esos
flagelantes los encontrará días después en las calles de Lucknow, el día de
Ashura, aniversario de la muerte de Husayn cuya familia entera ha perecido ya y
que, a pesar de su heroísmo, sucumbirá al fin bajo los golpes de sus
innumerables enemigos. Ese día de dolor de los fieles alcanza el paroxismo: el
imán en quien el pueblo ponía toda su esperanza ha muerto a manos del ejército
de Yazid; el Salvador en quien el pueblo tenía toda su esperanza ha sido
crucificado por los soldados de Poncio Pilato... Armados con azotes rematados
con ganchos o con cuchillas afiladas, los penitentes avanzan en medio de la
multitud soliviantada. En recuerdo de su guía muerto hace mil años, en recuerdo
de su Señor muerto hace dos mil años, se golpean con todas sus fuerzas. La
sangre brota, se tambalean y se golpean de nuevo, hasta que algunos se
derrumban y acuden los camilleros.
En
Lucknow ese día de Ashura, en Sevilla el Viernes Santo...
Kenizé
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