ARGENTINA - Peligran obras de más de 1.000 años
Testimonios. La Gruta del Indio, en Rincón del Atuel (San Rafael),
posee en sus muros diversos símbolos hechos con pinturas elaboradas con tierras y resinas.
En muros de grutas o de inhóspitas quebradas, en laderas de cerros o sobre bloques de roca sueltos.
Diversos escenarios naturales de la provincia –casi siempre a la par o a través de la cordillera–
albergan varias decenas de petroglifos (grabados en piedra) y pinturas rupestres (sobre paredes o
techos) que fueron ejecutados por manos y mentes prehistóricas.
Culturas que hace más –o mucho más– de 1.000 años habitaron lo que hoy es Mendoza dejaron
esos artísticos indicios, en general en clave simbólica. Son obras que pese a su gran nivel de
abstracción, se cree podrían reflejar creencias, rituales, costumbres, formas de subsistencia,
maneras de relacionarse con el entorno y desarrollo tecnológico que poseyeron sus todavía anónimos
autores. En otros términos, verdaderos documentos culturales e históricos del pasado prehispánico
local y americano.
Los especialistas estiman que en todo Cuyo hay unos 100 sitios con petroglifos y pinturas
rupestres. De esos, unos 20 en toda la región sobresalen por la calidad y el simbolismo de las
ejecuciones, dice el arqueólogo Juan Schobinger. Mientras, sus colegas Horacio Chiavazza y Adolfo
Gil calculan que sólo en la provincia hay unos 50 lugares (de diversos tamaños y con variable
densidad de obras).
Enigmáticas cabezas con reminiscencias bestiales, huellas de choique, zig-zags, espirales,
círculos concéntricos, trazos rectilíneos, figuras geométricas, dibujos abstractos y algunas pocas
representaciones figurativas que dejan traslucir cuerpos humanos o animales forman parte de este
antiquísimo patrimonio.
Pero pese a su importancia como evidencia histórica y potencial atractivo turístico–cultural,
la mayoría de estos grabados y pinturas están desprotegidos, varios dañados intencionalmente o
deteriorados naturalmente, la mayoría sin investigar y casi todos al margen de la mirada del
público, sintetizan Chiavazza y Gil.
De hecho, el único conjunto de petroglifos sistematizado, custodiado y abierto a los
visitantes es el cerro Tunduqueral (en Uspallata), y a las pinturas de la Gruta del Indio (San
Rafael) se las puede ver gracias a la buena voluntad de los propietarios del terreno donde se
encuentra, que las preservan y actúan de guías.
Entre tanto, el petroglifo de Santa Elena (Uspallata) hace años fue graffiteado con pintura
roja y del que se encontraba en el campo San Ignacio (en Potrerillos) sólo queda una foto, ya que
desapareció de su ubicación antes del llenado del dique, ejemplifica Chiavazza, quien añade que los
efectos del clima también han hecho su parte sobre las representaciones.
Se suma que muchos sitios se mantienen como en secreto, precisamente porque al develarlos
corren el riesgo de ser vandalizados o dañados no tanto por la mala intención sino por el
desconocimiento, señala la artista visual Laura Hart, quien desde 1992 realiza un relevamiento
fotográfico de este material para hacer lo que denomina “un rescate de urgencia” (ver aparte).
“Falta una política oficial de monitoreo y preservación”, sostiene Gil. Por su parte,
Chiavazza descarta que el desconocimiento de la existencia de esas obras obedezca a “un secreto
sistemático” y lo atribuye a que no hay política alguna con el arte rupestre en la provincia. “
Salvo alguna declaración patrimonial, pero nada de promoción y seguimiento de conservación y de
deterioros naturales”, enumera. El estudioso asume que “falta investigación” por parte de los
arqueólogos, lo que se evidencia en el poco material publicado” .