[General
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16 Diciembre, 2007 10:08
Nunca como en las proximidades de la Navidad caía tan en la cuenta Efrén Horacio Price de que él era una pobre víctima de la modernidad y del consumo, de que se hallaba hundido en un pozo sin fondo y sin posibilidades de salir a flote. Para él, la Navidad era una fecha aborrecible, caracterizada por el frío, la iluminación de las calles y la proliferación de folletos publicitarios que incitaban a comprar infinidad de artículos, la mayoría de ellos superfluos o simplemente inútiles. Que le explicaran a él —porque lo sabía muy bien—, cuántos de esos objetos o servicios eran imprescindibles para vivir. ¿De verdad era necesaria toda esa fiebre por adquirir, por regalar, por reunirse con la familia, por celebrar…? A Efrén Horacio, todo aquello le sobraba, no era para él. A él, lo que le ocurría era que, desde mediados de noviembre, que era cuando se acentuaba la batería de mensajes consumistas relacionados con las fiestas navideñas, hasta pasados Reyes, su ya de por sí poco llevadera vida se le hacía todavía más complicada. Él, lo que sabía era que la Navidad le provocaba alergias, urticarias, malestares; lo ponía de un humor de perros; lo hacía odiar al género humano. Durante la Navidad, Efrén Horacio no compraba regalos, no asistía a comidas familiares, no participaba en ninguna cena de empresa. Tampoco tenía amigos invisibles, ni Reyes, ni Papá Noel que le llenara los calcetines de sorpresas. Durante la Navidad, Efrén Horacio sólo quería que lo dejaran tranquilo. Lo suyo era el aire libre —sí, qué remedio—, pero un aire libre en el que predominaba la sombra, la penumbra, la discreción. Cuanto más desapercibido pasara, mejor —para todos—. Durante la Navidad, Efrén Horacio era como si no existiera. Sin embargo, en las Navidades pasadas tomó una decisión importante —a él se lo pareció—. Llevaba demasiados años dando la espalda al consumo —haciendo ver que no existía—, así que quiso hacer algo diferente. Con paciencia y la ayuda de un carrito de la compra estuvo varias semanas recolectando cuanto folleto publicitario cayó en sus manos, y la noche del veinticuatro de diciembre la pasó entretenido en consumir, una a una, miles de páginas que contenían cientos de miles de artículos que él no necesitaba para vivir. Esa madrugada, la lumbre de la chabola abandonada que había encontrado como refugio fue una de las últimas en apagarse en toda la ciudad, y él se durmió pensando que gracias al fuego, que todo lo consume, había pasado una de las Nochebuenas más cálidas de su vida.





