[Cosas de la vida
]
01 Marzo, 2009 10:47
Ocurrió hará unos cinco años, cuando yo era redactor de la Edición Digital del Diari de Tarragona. Como la página web del Diari debía estar permanentemente actualizada, yo tenía que madrugar para colgar las noticias de última hora. Llegaba a eso de las seis y media de la mañana, trabajaba durante un par de horas, regresaba a casa para llevar a mis hijos al colegio, y luego volvía a la redacción. Por supuesto, a esa hora, el edificio del Diari estaba vacío de personal, y yo solo coincidía con Luzdy, que era la señora que limpiaba la redacción, y con otras dos señoras más de la limpieza, a quienes yo no solía ver casi nunca, pues se ocupaban de las otras plantas. Luzdy era pizpireta y cantarina, y sé que nos caíamos bien, pero apenas hablábamos: ella a lo suyo y yo a lo mío; tanto, que yo estaba seguro de que ella no sabía ni mi nombre ni cuál era mi función en el periódico. Un día de invierno, como consecuencia de un apagón, nos quedamos a oscuras durante un buen rato y con las puertas del edificio bloqueadas. Lo del apagón se resolvió pronto, pero las puertas siguieron sin funcionar, así que, ante la eventualidad de que mis hijos llegaran tarde al colegio, decidí saltar por una ventana baja. Luzdy no era partidaria de mi —llamémosla— temeridad, e intentó disuadirme, pero yo, erre que erre, me lancé, y faltó poco para que me rompiera un tobillo. Como otras veces, a la anécdota le saque punta en un escrito en el que un redactor avezado sobrevive a un apagón gracias a tres mujeres de la limpieza. El texto quedó apañadillo —les juro que a mí me hacia gracia—, se publicó en domingo con nombres ficticios, y el lunes yo no sabía si confesarle a Luzdy que la había convertido en heroína. Sin embargo, ella se me adelantó: “Cómo me pude reír con tu texto…!” “Pero, ¿cómo? ¿Lo leíste?” —le pregunté. “¡Si te leo siempre…!” —contestó. Yo me quedé parado. ¡La señora de la limpieza me leía…! ¿Qué más podía pedir un escritor? “¡Y la de abajo…!” —prosiguió. “¿Cómo, la de abajo?” “¡La de abajo, la Vicky, a ésa le encantas: se recorta todos tus escritos…!” ¿Cómo? ¿La señora que limpiaba la planta baja guardaba todos mis escritos? Me quedé totalmente anonadado. Algunas semanas después, me crucé con ella, con Vicky, por la escalera. Los dos somos tímidos, así que lo único que se me ocurrió fue preguntarle: “¿Qué? ¿Sigue recortando mis escritos?” “Pues, claro. ¡Y me los paso al ordenador!” Ahí, me quedé de piedra. Ese día, si en el trayecto que va desde el Diari hasta mi casa no me atropelló ningún coche, es porque iba levitando. Les cuento todo esto porque ya llevo trescientos veinticuatro culebrones escritos —más de seis años seguidos de culebrones— y he decidido que ya vale. Descanso de culebrones para ver si puedo escribir otra cosa. Este último se lo he querido dedicar a Vicky, la señora de la limpieza que un día me hizo pensar que yo era el mejor escritor del mundo.





