Ese día, las hermanas Pura e Inmaculada Price se presentaron en casa de Virtudes Gracia, su antigua maestra, con quien solían compartir té, pastas dulces, achaques y remembranzas. Había pasado más de medio siglo desde que las tres coincidieran en la escuela primaria, Pura e Inmaculada como dos niñas que cruzaban el umbral del abecedario, la caligrafía, las sumas y restas y las asombrosas transformaciones de huevo en larva, de larva en renacuajo y de renacuajo en rana, y Virtudes como la guardiana y guía de ese mundo desconocido que, en su boca y en sus manos, había sido siempre maravilloso y apasionante. La veneración de las dos hermanas por Virtudes venía pues, de muy lejos, y aunque la edad siempre relativiza y a veces destruye a nuestros antiguos ídolos, tanto la una como la otra seguían sintiendo por Virtudes algo parecido a la adoración infantil. Virtudes siempre había sido su modelo y referente; tanto, que las dos, siguiendo sus pasos, también se habían dedicado a la docencia. Así que, durante las visitas, las conversaciones giraban principalmente en torno a alumnos y exalumnos, un tema al que cada una de ellas podía aportar infinidad de anécdotas, a cual más jugosas y divertidas. Otro de los temas —éste cada vez más frecuente en las últimas ocasiones— era el magnífico estado de salud en que se encontraba Virtudes. Tanto Pura como Inmaculada se turnaban en alabar la presencia señorial y el vigor que aún conservaba Virtudes a sus casi ochenta años de edad. Era como un pacto con el diablo —comentaban divertidas—, ¿cómo era posible que ella, a su edad, caminara todavía tan erguida y tuviera esa piel tan tersa, que parecía la de una recién nacida? ¿Y las manos? Había que mirar las manos de ellas y las de Virtudes. Las de ellas, llenas de pecas y de léntigos solares, y las de ella, blancas, suaves, sin una arruga. ¡Es que, era increíble: vaya manos! Y las dos hermanas enseñaban sus manos, ya con los primeros vestigios de la tercera edad, y las comparaban con las de Virtudes, unas manos insólitas de adolescente. Increíble, increíble. Ese día, por lo que fuera, Virtudes estaba más locuaz que de costumbre y les reveló el secreto de la tersura de sus manos. Con un hilillo de voz en el que se entremezclaban la confidencia, el recato y el orgullo, dijo: “Es que yo nunca tuve relaciones, ¿saben?”. Instintivamente, Pura e Inmaculada escondieron sus manos, y entre las tres solteronas se hizo un silencio que por poco acaba con más de cincuenta años de amistad.
[Familia Price
]
02 Diciembre, 2007 11:06





