[Cosas de la vida
]
15 Febrero, 2009 11:01
“Creo que habéis entendido en qué consiste el ejercicio”, dice el profesor a sus alumnos. “Se trata de que cada grupo elija un anuncio publicitario de una revista o periódico, que lo analice a fondo y que exponga oralmente los resultados del análisis ante el resto de la clase. Con una premisa: en la exposición, vais a adoptar el punto de vista de la agencia publicitaria. Es decir, vais a actuar como si fuerais vosotros los creativos del anuncio y tuvierais que explicar y defender su diseño ante a los responsables de la empresa anunciante, que en este caso son los compañeros de la clase. Por tanto, debéis valorar el producto, saber a qué prototipo de comprador se dirige, en qué medios vais a difundir el anuncio y, sobre todo, cuál es el mensaje: ¿Por qué ese eslogan y no otro? ¿Por qué habéis decidido incluir una fotografía y no un dibujo, o sólo texto? ¿Por qué habéis elegido como reclamo a una modelo desconocida y no a una diva del cine o del espectáculo, o viceversa? ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que en esta fotografía de un anuncio de ropa infantil las niñas aparezcan descalzas?” Se trata de que los alumnos reflexionen de forma creativa, aunque hay algunos a los que no hay que estimularlos demasiado: uno de ellos, entre clase y clase, ha colgado una silla en el perchero del fondo del aula. El profesor, que suele estar de buen humor, ha preguntado si esa silla colgada por el respaldo es un símbolo de algo, o una manifestación artística. Le han contestado que sí, que las dos cosas, y el profesor ha dicho que, en ese caso, ahí se queda la silla, porque los símbolos hay que respetarlos. Son alumnos de Segundo de Bachillerato, entienden las ironías. “Oye, profe, una pregunta: ¿Y yo qué sé por qué las niñas de este anuncio van descalzas?” “Ah, yo no lo sé, por eso te lo preguntaré cuando hagas la exposición…” La alumna está desconcertada. “Pero, ¿y si no lo sé?” “Pues, te lo inventas.” “Ah, ¿que se puede inventar?” “Por supuesto.” Otras, en cambio, lo tienen claro. “Profe, ya hemos escogido el anuncio.” “¿Ah, sí? ¿De qué va?” “De Tampax.” “¿De qué?” “De Tampax, de tampones.” Mira que hay alumnas raritas, piensa él. “Y, para la exposición, traeremos una muestra real del producto, ¿podemos?” El profesor no sabe si hablan en broma o en serio, pero, para hacerse el gracioso, pregunta: “¿Traeréis un tampón con alas?” Las chicas del grupo se ríen, y una de ellas, en tono condescendiente, como quien habla a quien no se entera, dice: “Oye, profe… Es que… Los tampones no llevan alas; son las compresas las que llevan alas.” ¡Ostras, es verdad! ¡Vaya planchazo! ¡Un profesor cincuentón, padre de familia, creyendo que los tampones llevan alas! Ah, pero, al profesor, el orgullo herido le activa los reflejos: “Es verdad”, reconoce. “Pero, ¿sabéis por qué los tampones no llevan alas, eh? ¿Lo sabéis?” “¿Por qué, por qué?” , preguntan las alumnas. “¡Porque van a propulsión!”





