[Familia Price
]
11 Enero, 2009 10:34
Fue Pedro Pablo Price quien me vio en el parking del supermercado y se dirigió a mí. “¡Hombre, tú por aquí…!”, exclamamos a la vez. “Todos rezamos en iglesias parecidas”, le dije, mientras estrechaba su mano. “¿Cómo va todo?”, preguntó, mientras me ponía la otra mano en el hombro. Ahí, noté que su hombro y el mío estaban a la misma altura. “Bien; de fiesta, que es lo que toca”, respondí, apoyando a la vez mi mano sobre su hombro. Efectivamente, los dos hombros estaban igualados. “Qué suerte tienen algunos”, dijo, y me dio una palmadita en el lomo, justo a la altura del michelín. “Bueno, tampoco hay para tanto”, contesté, y también le cacheé el lomo. Mi antebrazo y el suyo quedaron al mismo nivel. “¿Qué tal la familia?”, preguntó mirándome a la nariz. “Bien, todos bien”, dije. Si yo levantaba la cara, la punta de mi nariz quedaba justo a la altura de sus ojos. “¿Y qué tal tu gente?”, pregunté mirándolo al nacimiento del pelo. “Todos bien, salvo mi padre, el pobre, que ya está un poco para allá”, respondió. Ahora era él quien levantaba el mentón y lo ponía al mismo nivel que mi nariz. Yo estiré el cuello, tiré los hombros hacia atrás y le dije: “Claro, es que ya está un poco mayor, ¿verdad?” Él sacó pecho, movió la cabeza a un lado y a otro, como si estuviera calentando para algún ejercicio, bajó los hombros, estiró el cuello y dijo: “Ochenta y ocho. Pero, físicamente está muy bien. Lo que pasa es que se le va la cabeza…” Pedro Pablo tiene más pelo que yo, así que, desde cierta distancia, quizás su cabeza destacaba sobre la mía. Sin embargo, mi hombro quedaba unos centímetros por encima del suyo. No estaba seguro, pero lo más probable era que su cuello fuera más largo. Me balanceé suavemente sobre los pies. “¿Pero, os reconoce o no os reconoce?”, inquirí. “Claro que nos reconoce”, aseguró Pedro Pablo. “Lo que pasa es que a veces me confunde con un primo mío”. Cuando yo me balanceaba hacia adelante aprovechaba para quedarme unos instantes en la punta de los pies. Entonces conseguía verle casi toda la cabeza por encima. “Es ley de vida”, le dije. “Hay un momento en que o te falla el cuerpo o te falla la mente, pero siempre te falla algo”. Él comenzó a imitar mi balanceo. Con el movimiento, según cómo, yo conseguía verle hasta la coronilla, pero, según cómo, sólo le llegaba hasta la frente. Hablamos un poco más, nos dijimos todo lo que nos teníamos que decir, nos despedimos, y él se encaminó hacia la entrada del supermercado y yo hacia mi coche. Mientras lo veía alejarse, y podía apreciar el conjunto de su figura, casi me sale en voz alta la pregunta que me había estado rondando, y que posiblemente se había estado haciendo también Pedro Pablo todo el rato: Jobar…. ¿Así de bajito soy?





