[Cosas de la vida
]
02 Marzo, 2008 10:38
Hay cosas que ocurren no se sabe cómo ni por qué, así que aquel hombre no supo por qué razón se fijó en esa mujer pelirroja que le ofrecía su perfil y que agachaba la cabeza para mirar los carteles del andén del Metro. Habían accedido al mismo vagón por puertas diferentes, pero los dos procuraban abrirse paso hacia el centro, en donde había algo más de holgura. El hombre, sin que hubiera razón para ello, pensó que si el vagón seguía llenándose terminarían por juntarse, como efectivamente ocurrió. Sin tener indicios para ello, el hombre pensó que aquello parecía una “cita intuitiva”. Era como si se hubieran puesto de acuerdo para coincidir; como si sus dos cuerpos se atrajeran empujados por un magnetismo mutuo y por los empellones de los pasajeros que subían. ¿Ves? Es el destino, mi amor, pensó el hombre y, sin entender el motivo, se sintió eufórico. El vagón estaba ahora repleto, y la pelirroja se había situado a pocos centímetros de él. Todavía no había conseguido verle bien la cara, pero, sin saber por qué, presentía que se trataba de una mujer atractiva. ¿No se había fijado en ella nada más subir? Pues, eso. Un empujoncito más, un pasajero más y… ¡Bingo! Ahora, su mano, agarrada a una de las barras de seguridad, estaba a milímetros de la mano de ella, y sus zapatos casi se rozaban. Él hombre intentaba observarla, pero su rabillo del ojo sólo percibía mechones colorados y una punta de nariz. Ella permanecía como ajena a todo, absorta en sus pensamientos. Él, sin saber por qué se atrevía a tanto, deslizó su mano y la pegó a la de ella. Ella no retiró la suya. Él, preso de un impulso desconocido, deslizó el pie y juntó su pantorrilla a la pantorrilla de la mujer. Entonces, sin que se supiera cómo, empezó una especie de comunicación en código morse en el que los puntos y rayas fueron sustituidos por contracciones de los músculos, y por roces, cada vez más prolongados, en los que intervenían manos, pies, zapatos, muslos… Era el lenguaje de dos cuerpos desconocidos que, por esos misterios de la vida, se comunicaban como si se conocieran desde siempre. El juego se prolongó durante tres estaciones más, sin que ninguno de los dos mirara al otro. De pronto, en una parada, ella se dirigió a la salida y abandonó el vagón. Él sorprendido, quiso ir tras ella, pero la puerta se le cerró en las narices. Entonces, de nuevo sin saber por qué, tuvo una intuición: se palpó los bolsillos. Ya hemos dicho que hay cosas que ocurren no se sabe cómo. El hombre no supo cómo, ni cuándo, ni si había sido ella o no, quien le había birlado la billetera y el teléfono móvil.





