La casa, de una sola planta, parecía más el garaje de cualquiera de las dos viviendas vecinas que un sitio habitable. Sin embargo, el cartel, escrito con letras de color violeta sobre una tabla de madera pintada de fondo rosa, indicaba que aquella era la “Sede del maestro Nabuto”. La pareja, que había estacionado dos calles más arriba, comprobó la dirección, echó un vistazo a las ventanas de los edificios colindantes, como asegurándose de que no había mirones, y luego llamó a la puerta. Les abrió una mujer que, sin preguntarles nada, los mando pasar. Adentro, lo que desde fuera parecía un garaje era una salita minúscula, con dos sillas de enea, una mesilla sobre la que ardían tres velas cubiertas de celofán rojo, y un biombo amarillo que separaba la estancia en dos. Además de las velas, sobre la mesilla, recubierta con un hule azul cobalto, había un portarretratos de madera con la fotografía ya añeja de un hombre calvo, de bigote abundante, que la pareja identificó enseguida como El Maestro. Las paredes estaban llenas de recortes de periódicos y revistas, y de carteles, todos muy antiguos. Los artículos de prensa hacían alusión a milagros y sanaciones extraordinarias. Los carteles estaban conformados por imágenes de lo que no se sabía muy bien si eran ángeles, hadas, dioses u otros seres mitológicos, pintados todos ellos en primeros planos sobre fondos estrellados y auroras boreales. En el biombo, un cartel plastificado en blanco y negro anunciaba, en letras grandes, “Profesor Nabuto”. A continuación, en letras medianas, se leía:  “Sanador, chamán, vidente”. Y finalmente, en letras más pequeñas: “Ilustre guía espiritual. Maestro chamán con poderes naturales. Soluciona problemas por difíciles que sean. Matrimonio, recuperar pareja de inmediato, enfermedades crónicas, impotencia sexual, mal de ojo, suerte en la vida, problemas judiciales, laborales y de negocio. Resultados inmediatos. Trabaja con los espíritus más rápidos que existen.” Tras una indicación de la mujer, la pareja se introdujo detrás del biombo. Allí, ante una mesa minúscula, como todo en aquella casa, les esperaba un hombre rechoncho y cordial que, tras hacerlos sentar, dijo:
—Bueno, ustedes dirán.
—¿Es usted el Profesor Nabuto, también llamado Chamán Kanadú, también llamado Vidente Karlos, Sanador Darman, Doctor Salud y Maestro Fortuna?
El hombre, simplemente, dijo:
—De acuerdo, les acompaño.