Cuando los mozos de escuadra entraron al aula, notaron enseguida que la joven que estaba sentada en el lugar de los examinandos era la autora de la llamada de auxilio recibida minutos antes. La chica tenía la mirada perdida y unas profundas ojeras, producto de los insomnios agotadores que debió de sufrir en las noches previas a los exámenes. Frente a ella, cuatro de los cinco miembros del tribunal de oposiciones mantenían una actitud hierática. Ninguno de ellos pareció percatarse de la presencia de los mozos y, en cuanto éstos hubieron salido con la chica, se limitaron a escribir sus anotaciones. Una vez recuperada del estado de shock, ella explicó que, cuando estaba a punto de acabar su exposición, había tenido la certeza de que los miembros del tribunal estaban endemoniados. Uno de ellos se había quedado mirándola fijamente y no había parpadeado durante toda su intervención. La chica no sospechó que aquel hombre tenía la facultad de dormir con los ojos abiertos. Otro, aquel tan joven, no paraba de contar y recontar las bolas del sorteo de los temas, de meterlas dentro de una bolsa, de sacarlas, y de agitar la bolsa con aire misterioso y trascendente, como si allí estuviera contenido el todo o el nada para todos y cada uno de los mortales. El tercer miembro del tribunal, uno gordito y con barba, se había transfigurado ante sus ojos en un pantocrátor omnipotente cuyos dedos se levantaban para dictaminar sobre el bien y el mal —el aprobado y el suspenso—. En cuanto a las dos mujeres, una de ellas también la había mirado fijamente todo el rato mientras que tomaba apuntes de forma compulsiva. ¿Conocen ustedes a alguien que pueda escribir cuatro folios en dos minutos? Los mozos negaron con la cabeza. Pues, esa señora lo hacía. Y la otra mujer, esa rubita de gafas y ojos azules, simplemente, se había puesto a levitar. ¿A levitar, como Santa Teresa? Los mozos intercambiaron una mirada incrédula. No, si ya lo entendían: los nervios, el calor… Pero, la chica no se daba por vencida. Había algo más: ¿Sabían los mozos que, antes de uno de los exámenes, a los opositores se los aislaba por completo? Claro: la encerrona, dijo uno de los mozos. Pues, uno de los del tribunal comentó que, a mí, en lugar de encerrarme, me deberían emparedar, dijo la chica. Los mozos negaron con la cabeza y se dispusieron a acompañarla hasta su casa. Mientras tanto, en el aula, cuatro miembros del tribunal intentaban bajar del techo a su compañera sin sobresaltarla. Ellos también estaban pasando mucho calor.