EFE Sarcófago hallado durante los trabajos arqueológicos llevados a cabo en 2003 en suelo vaticano
JUAN VICENTE BOO
CORRESPONSAL
ROMA. El mayor museo subterráneo del mundo se encuentra
bajo la ciudad de Roma, y basta hacer cualquier agujero para añadir
nuevas piezas al catálogo. Los sondeos emprendidos ya en doce plazas
para la tercera línea del Metro han comenzado a cosechar hallazgos, que
se multiplicarán cuando comiencen las obras de las nuevas estaciones.
Por primera vez, constructores y arqueólogos trabajan en equipo desde
el principio, confirmando la alianza formada en los últimos años de
obras -con frecuencia atormentadas- en el subsuelo de la Ciudad Eterna.
Según el superintendente arqueológico de Roma, Angelo
Bottini, «esta vez vamos a examinar cada palada de tierra, por lo que
descubriremos piezas valiosas de nuestra historia». Por ironías de la
fortuna, los primeros objetos que salieron a la luz en las catas para
la línea de Metro incluyen una espátula de bronce para mezclar argamasa
y un compás también de bronce: los instrumentos de los constructores de
hace dos mil años.
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Además de una fascinante «búsqueda del tesoro» -esta vez
sin saqueadores- la ampliación del Metro servirá para poner a prueba la
integración de «arqueología preventiva» y «arqueología de emergencia»,
cuya metodología teórica se ha desarrollado vigorosamente en los
últimos años y fue objeto de un importante congreso en Venecia el
pasado mes de noviembre. El Ayuntamiento de Roma asegura que «con estas
obras vamos a poner la arqueología preventiva en el candelero».
Durante el medio siglo posterior a la Segunda Guerra
Mundial, la filosofía predominante entre los constructores en Roma era
excavar los cimientos a la carrera y a ser posible de noche,
destruyendo o escondiendo cualquier hallazgo para evitar que los
arqueólogos del Ayuntamiento les parasen las obras, en el mejor caso
varios meses y, en el peor, varias décadas. Era una especia de juego
del gato y el ratón, nefasto para las obras de arte, cuyos fragmentos
se enterraban a toda prisa en los vertederos o se regalaban
secretamente a los amigos.
Beneficios publicitarios
En los años noventa, las relaciones mejoraron: los
arqueólogos municipales empezaron a ser mas ágiles y el Ayuntamiento
comenzó a tomar las decisiones con rapidez, por lo que poco a poco las
empresas se acostumbraron a cooperar con los superintendentes del
Patrimonio. Y, más adelante, a convertirse en patrocinadoras de las
excavaciones, con el consiguiente beneficio publicitario posterior.
La mejor prueba del camino recorrido es la exposición
«Roma, memorias del subsuelo», en las «Olearie Papali», los antiguos
silos de aceite de los Estados Pontificios, situados a su vez en las
antiguas Termas de Diocleciano, un gigantesco edificio cercano a la
Estación Termini, que alberga también una basílica, un gran museo
arqueológico, un convento y un planetario, reflejando el cambio en las
necesidades de espacio a lo largo de dos mil años.
La exposición, que continuará hasta el 9 de abril,
muestra el orgullo de las empresas convertidas ya en patrocinadoras del
descubrimiento del patrimonio cultural. Algunos hallazgos resultan
paradójicos e incluso divertidos en su relación con la empresa que
inició las obras.
Así, por ejemplo, las excavaciones para extender los
cables de fibra óptica de Fastweb han permitido recuperar una hermosa
colección de lucernas romanas. La construcción de una nueva vía para
los Ferrocarriles del Estado sacó a la luz una bellísima estatua de
Nereida que cabalga como pasajera sobre un gentil monstruo marino. En
la excavación de los cimientos de la sede de Mediobanca cerca de la
Plaza de España aparecieron unos candelabros de lujo que para sí
quisieran el más rico de los «argentari» contemporáneos.
La exposición, deliberadamente desordenada al gusto
romántico del siglo XIX, invita a conmoverse ante una prueba de amor
como la estela funeraria de Valeria Primigenia, descubierta al
construir un garaje. Vivió 28 años, cuatro meses y 16 días según hace
constar en la lápida Valerius Quietus, «su esposo enamorado». Hay
también muñecas articuladas de marfil, la «Barbie» de la época
imperial, con una silueta esbelta al limite de la anorexia, muy similar
a su moderna compañera americana. Y joyas, muchas joyas. Anillos,
diademas, pulseras y pendientes, cuya belleza antigua envidian las
mejores tiendas de hoy en día.
Fuente.-http://www.abc.es/20070113/cultura-arqueologia/obras-metro-rescataran-memoria_200701130313.h