A lo largo de la vida, cada uno de nosotros va horneando, sin saberlo, su propia colección de magdalenas proustianas, aquellos bollitos que, al ser empapados en té con leche, nos remiten a sucesos que hemos vivido, fingido o imaginado. Hace pocos días, una de mis magdalenas particulares llamó a la puerta de mi casa. Venía metida en una caja de bombones y disfrazada de chocolatina, pues las magdalenas proustianas, como los recuerdos, suelen camuflarse para sorprenderte cuando menos te lo esperas. Pero la chocolatina no era lo importante, o quizás lo era —habrá que preguntárselo a mis hijos, que fueron los que se la comieron—. Lo esencial era que el dulce estaba acompañado de una invitación para celebrar los diez años de vida de Arola Editores, la editorial más importante de la ciudad de Tarragona. Como a las niñas bonitas les llueven padrinos, no iba yo a ser menos ni a ocultar —faltaría más— mi participación en el suceso que ahora se celebra. Permítanme sacar pecho para decir: sí, yo estaba allí. Hace diez años, como responsable de prensa del Consell Comarcal del Tarragonès, tuve la oportunidad de participar en el primer libro que publicó la editorial, un libro de historia de Tarragona que había ganado el I Premi d’Investigació del Tarragonès y cuyo autor era el ex alcalde de Tarragona Josep Maria Recasens. Mi participación en la publicación del libro fue “decisiva”, ya que, consultado sobre qué empresa debería hacerse cargo de la edición, defendí rotundamente por activa y por pasiva que ésta debía ser encargada a otra editorial con más experiencia —de un amigo mío, por supuesto— y no a la de Arola —a quien no conocía y quien apenas estaba intentando asomar la cabeza en el mundo editorial—. Sin embargo, alguien que tenía mejor criterio y más poder que yo decidió encargar el trabajo a Arola, y yo tuve que morderme la lengua y colaborar con Alfred y Félix Arola en la producción del libro. Como del roce nace el cariño, ahí nació algo que yo no me atrevo a calificar de amistad —pues la amistad es una especie de contrato tácito con exigencias y letra pequeña que uno saca a veces a relucir cuando van mal dadas—, pero sí de afecto mutuo. La amistad es un concepto; el afecto es un sentimiento. Si, por poner un ejemplo, Charlize Theron y yo fuésemos amigos, y un día ella me dijera: “Oh, no, sólo te quiero como amigo”, entonces probablemente dejaríamos de ser amigos. En cambio, aunque ella no me conozca, yo siento un gran afecto por Charlize, y los dos tan contentos. En fin. Volvamos al primer libro de Arola: aquel libro era complejísimo de producir, puesto que el ordenador de Recasens era incompatible con los de la editorial, y, después de múltiples intentos y correcciones, se llegó a la conclusión de que era mejor mecanografiarlo todo de nuevo. Novecientas páginas. Así, aquel primer libro que debería impulsar el nacimiento de la editorial, estuvo a punto de arruinarla. Pero Alfred Arola sobrevivió a aquel libro. También ha sobrevivido a dos riadas y a una enfermedad que por poco nos pone a todos a hablar de lo buena persona que era. Y, sobre todo, también ha sobrevivido al día a día sin renunciar a un estilo empresarial insólito y sorprendente en el que prima la calidad sobre los beneficios. El próximo viernes, la editorial celebra diez años y cuatrocientos cincuenta títulos. Enhorabuena, Alfred, Félix. Ya sabéis que todo me lo debéis a mí.