Hacía mucho tiempo que no asistía a una conferencia de Rogelio Ramón Price y, o yo me había vuelto muy exigente, o Rogelio Ramón ya no era aquel orador brillante que me había encandilado en mi época estudiantil. Lo noté flojo, falto de tono, como sin ganas. De todas maneras, al final, me acerqué para felicitarlo y estuvimos un rato hablando sobre los viejos tiempos. Como yo tenía prisa y había tantas cosas de que hablar, se ofreció a llevarme hasta mi casa en su coche. Y ahí, en la intimidad de su vehículo, sí que lo sometí a un tercer grado. ¿Qué cómo le iba la vida? “Muy mal, por lo de la angina”, se sinceró. “¿Cómo, la angina?”, pregunté. “La angina de pecho”, dijo. ¿Angina de pecho? ¿Eso no es como un infarto?, pensé. “El otro día”, prosiguió, “fui a dar una vuelta al pueblo. ¿Tú sabes la de veces que he ido a ese pueblo? Pues, la cuesta de la Calle Mayor era como si me la hubieran puesto de nuevo. Me ahogaba, ¿sabes?” “Bueno, es que ya no somos unos chavales”, dije yo, por quitar hierro. “No, pero si tampoco se trata de grandes esfuerzos, es que, cuando se está como yo, el corazón te puede explotar en cualquier momento.” ¿En cualquier momento?, pensé. Cualquier momento puede ser ahora mismo. Y en ese instante el tráfico comenzó a tener un nuevo sentido para mí. Él tenía el día pesimista, porque continuó: “Fíjate en Bonilla: fue al médico porque le dolía el estómago, el médico le recetó no sé qué para la acidez, lo mandó para casa y, cuando salió de la consulta se desplomó en plena calle; cuando lo fueron a socorrer, ya no pudieron hacer nada por él”. Yo ya me imaginaba el titular del periódico: “Dos muertos en un choque de vehículos en una vía rápida de Tarcuna”. El accidente se había producido, al parecer, porque el conductor de uno de los dos automotores había sufrido un infarto y había invadido el carril contrario. Se daba la circunstancia —eso era lo que más me fastidiaba de la noticia— de que los dos fallecidos eran el conductor del otro vehículo, y el acompañante del conductor que había sufrido el infarto. Paradójicamente, este último había resultado con heridas leves tras la colisión, había sobrevivido también a su crisis cardiaca y ahora se encontraba en situación estable dentro de la gravedad en la Unidad de Vigilancia Intensiva del Hospital Universitario. Ah, no; ésta sí que no me la haces, Rogelio Ramón, pensé. Y le dije: “¡Para, para aquí mismo!” “¿Cómo, aquí mismo? Si no se puede.” “¡Sí que se puede!” “¡Que no!” “¡Que sí!” Estuvimos discutiendo unos instantes y al final, como no atendía a razones, yo mismo tuve que dar el volantazo y meter el freno de mano. Gracias a eso, fueron él y el otro los que murieron, y yo el que estoy en la UVI.
[Familia Price
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23 Noviembre, 2008 12:19





