[Cosas de la vida
]
02 Noviembre, 2008 09:21
Tenía que ocupar buena parte del fin de semana en acabar una traducción pendiente, así que, el viernes, en lugar de quedarse hasta tarde viendo alguna película por televisión, se acostó temprano. Necesitaba estar descansado. Además, como era él quien se encargaba de la compra semanal, y la nevera estaba bajo mínimos —maldito fin de mes— también debía apañarse como pudiera para cumplir con esta obligación. El sábado, pues, iba a ser un día durillo. El madrugón era inevitable. La duda era si debía acometer la traducción nada más levantarse, o resolver las compras a primera hora y luego centrarse en el trabajo. En cualquier caso, el viernes durmió como un bendito y, cuando a la mañana siguiente sonó el despertador, se felicitó a sí mismo por ser tan previsor. Iba a cumplir con sus deberes como un Pepe. Y ahora lo tenía claro: primero, la compra; luego, el ordenador. Lo que no acababa de decidir era si la compra la haría en un solo sitio o en varios. ¿Debía comprar el pescado, la fruta y la carne en cada uno de los respectivos establecimientos del barrio o era mejor adquirirlo todo en una gran superficie? A ver: podía comprar la fruta cerca de su casa, luego acercarse al mercado a por el pescado y la carne y luego ir hasta el supermercado a por la leche, el agua, el arroz y todo lo demás. Pero, bueno: ya que iba hasta el mercado, ¿por qué no comprar también allí la fruta? Así, sólo tendría que hacer dos viajes: uno al mercado y otro al supermercado. O, quizás, si lo comprara todo en el súper… A su mujer no la convencían ni la carne ni el pescado del súper, pero, por una semana, no pasaba nada… No, no: definitivamente, se acercaría al mercado y compraría allí todo lo que pudiera. Para el resto, ya estaba el súper de la esquina. Salió de casa convencido y satisfecho. Era sábado, y tan temprano que todavía no habían abierto la frutería. Qué raro. Pensaba que los fruteros madrugaban más. Por las calles apenas circulaban coches o paseaba gente. ¿Veían? Ésas eran las ventajas de levantarse pronto. Sonrió. La ciudad tenía un aspecto extraño. Qué sábado más tranquilo, lástima que tuviera trabajo. Sin embargo, cuando enfilaba hacia el mercado, la magia despareció y sintió una cosa rara en el estómago, como un presentimiento. ¡Mierda! Le había vuelto a ocurrir. ¡Uno de noviembre! ¡Era sábado uno de noviembre, y él sin enterarse! ¡Y la nevera vacía! Deambuló un rato, sin saber qué hacer, ni qué diría a los suyos. Luego se acordó de un establecimiento que abre todos los días del año, se dirigió hacia allí y compró lo mínimo para dos días. Cuando llegó a su casa, por el color de las bolsas, no hizo falta dar ninguna explicación. Su mujer, simplemente, le dijo con retintín: “Vamos a empezar por el principio, a ver si te enteras: Planeta: Tierra…”





