Tenía yo ganas de que un amigo me escuchara, ¿me entienden?, de que me escuchara él a mí y no yo a él. Pero, no: el señorito, casi nada más verme, y cuando yo estaba intentando hacer boca para contarle mis cosas, va y me dice que hacía poco había sido víctima de un “robo silencioso” , así lo llamó y no hubiese hecho falta que explicara nada más, porque lo de robo silencioso  ya se comprende aunque no aparezca en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Ya lo había entendido, repito, pero el señorito, como si yo no supiera lo que era, me tenía que explicar con pelos y señales lo que le había ocurrido, y los pelos eran que le habían entrado a robar a su casa de noche y él no se había enterado de nada, y las señales eran que él se había despertado por la mañana y no había encontrado los pantalones, y había pensado “qué raro”, si los pantalones los puse aquí, al lado de la cama, encima del mueble, a ver si es que los dejé en el lavabo…”, pero en el lavabo no estaban, y entonces ya se había empezado a poner mosca —como estaba yo, al oírlo, porque no me dejaba meter baza— y después se había levantado su mujer, y su mujer había dicho “qué raro, si no encuentro el bolso, que lo había dejado encima de la mesa”, y, después, su mujer, desde la cocina, le había dicho, “oye, ven a ver esto”, y esto era que el bolso estaba en el jardín, pero sin dinero ni tarjetas, y allí también habían encontrado su billetero, aunque también sin dinero ni tarjetas, pero ni rastro de los pantalones tejanos, y eso quería decir que había un chorizo que iba por ahí con sus tejanos. “Eso te pasa por comprar tejanos de marca”, le dije yo, por quitar hierro y decir algo, porque el señorito no me dejaba pronunciar palabra: “No, dijo él, si eran unos tejanos de los normalitos”. Pues bueno, pensé yo, a ver si ahora se calla y le cuento lo mío, pero no, el señorito, que ya estaba embalado, siguió diciendo que lo malo no había sido eso, sino lo del coche. “¿Cómo, lo del coche?”, dije yo, por hacer uso de la palabra. “Hombre, pues que los chorizos también se me llevaron el coche, porque las llaves estaban en el bolsillo de los tejanos”. Nos ha fastidiado, pensé yo, el coche sí que es sagrado. “Lo tendrías asegurado” , dije, por no quedarme callado. “Pues claro”, dijo él, “pero todavía tengo que esperar a que pasen cuarenta días a ver si lo encuentran, y lo malo es que la aseguradora, para la tasación, toma como referencia el año de matriculación, o sea que da lo mismo si el coche lo has comprado en diciembre o doce meses antes, en enero, y, en mi caso, que compre el coche en diciembre, representa que mi coche es un año más viejo”. “No te joroba”, pensé yo, pero ya no le pude decir nada porque, como tenía prisa, se marchó. Así son los amigos. Ni me dejó contarle que a mí se me acababa de estropear la lavadora.