[Cosas de la vida
]
20 Enero, 2008 10:21
La chica que hacía prácticas en la empresa era gilipollas. Bueno, quizá él pensaba que la chica era gilipollas porque él, que era el jefe, era muy previsor y ella muy informal. La chica acudía al trabajo una mañana sí y dos no; un día tenía gastroenteritis; otro, había perdido el autobús; otro, se le había puesto enfermo su hermano pequeño; otro, como el sueldo de practicante era tan bajo, combinaba las prácticas con la venta de desalinizadores de agua… La chica era un desastre total, pero, a pesar de todo, él había decidido confiarle un informe para el consejo de dirección. La chica todavía no sabía manejar muy bien los programas, pero había tiempo de sobra: estaban a lunes, y el informe era para el jueves. Y el informe tenía que estar para el jueves porque, ese viernes, él se iba de vacaciones y tenía que dejar el informe cerrado, ¿entendía? La chica entendía. El lunes, fijaron las características del informe. El martes por la mañana, la chica dijo que ya tenía toda la documentación y que por la tarde comenzaría a escribir. El miércoles, no dijo nada, pero se suponía que estaba con el informe.
El jueves por la mañana, la chica llamó a eso de las diez. Había perdido el autobús y se retrasaría una media hora. Dos horas más tarde, llamó una señora y preguntó por ella. ¿Está Maricielo? Maricielo no estaba. Había llamado diciendo que se retrasaría. ¿Quería que le dijera algo en cuanto llegara? No. La mujer no quería que le dijera nada, ya se verían en casa. ¿Se verían en casa? Aquella mujer parecía ser la madre de Maricielo, y también parecía no saber qué vida llevaba Maricielo. Entonces, El Previsor empezó a atar cabos y tuvo una intuición: esa chica llevaba una vida muy rara; no era agua clara. ¿Y si la habían secuestrado, o le había pasado algo? Una chica tan joven y tan alocada… Los noticieros estaban llenos de… El previsor intentó recordar el último momento en el que la había visto en la empresa, los detalles de sus comportamientos y conversaciones, cualquier cosa que pudiera servir de pista. Y, como era tan previsor, en lugar de escribir el informe pendiente para el consejo de dirección , comenzó un informe para la Policía, por si acaso, en el que pormenorizaba todo lo que recordaba de ella. Eso sí: en lugar de escribir que la chica era gilipollas, suavizó el término con la expresión “independiente”. Se trataba de una chica “independiente”, de la que no se sabía nada, desde que había salido de su casa, minutos antes de las diez de la mañana, hasta las seis de la tarde, que era cuando él estaba a punto de acabar el informe.
A eso de la seis y cuarto, apareció la chica. “Hola. Llevo toda la mañana y toda la tarde en la oficina de al lado, ¿sabe?”, dijo. “¿Y por qué no me habías dicho que estabas?”, preguntó el previsor. “Es que tenía unas ideas para el informe y quería escribirlas”, dijo ella. Él estuvo a punto de darle un beso. “O sea, has acabado el informe”, dijo. “No, no he podido abrir el programa”, se disculpó ella. Él se fue a su ordenador, repasó el informe que había preparado para la Policía por si a la chica le hubiera pasado algo, borró todo el texto y lo sustituyó por una sola palabra: “Gilipollas”.
El jueves por la mañana, la chica llamó a eso de las diez. Había perdido el autobús y se retrasaría una media hora. Dos horas más tarde, llamó una señora y preguntó por ella. ¿Está Maricielo? Maricielo no estaba. Había llamado diciendo que se retrasaría. ¿Quería que le dijera algo en cuanto llegara? No. La mujer no quería que le dijera nada, ya se verían en casa. ¿Se verían en casa? Aquella mujer parecía ser la madre de Maricielo, y también parecía no saber qué vida llevaba Maricielo. Entonces, El Previsor empezó a atar cabos y tuvo una intuición: esa chica llevaba una vida muy rara; no era agua clara. ¿Y si la habían secuestrado, o le había pasado algo? Una chica tan joven y tan alocada… Los noticieros estaban llenos de… El previsor intentó recordar el último momento en el que la había visto en la empresa, los detalles de sus comportamientos y conversaciones, cualquier cosa que pudiera servir de pista. Y, como era tan previsor, en lugar de escribir el informe pendiente para el consejo de dirección , comenzó un informe para la Policía, por si acaso, en el que pormenorizaba todo lo que recordaba de ella. Eso sí: en lugar de escribir que la chica era gilipollas, suavizó el término con la expresión “independiente”. Se trataba de una chica “independiente”, de la que no se sabía nada, desde que había salido de su casa, minutos antes de las diez de la mañana, hasta las seis de la tarde, que era cuando él estaba a punto de acabar el informe.
A eso de la seis y cuarto, apareció la chica. “Hola. Llevo toda la mañana y toda la tarde en la oficina de al lado, ¿sabe?”, dijo. “¿Y por qué no me habías dicho que estabas?”, preguntó el previsor. “Es que tenía unas ideas para el informe y quería escribirlas”, dijo ella. Él estuvo a punto de darle un beso. “O sea, has acabado el informe”, dijo. “No, no he podido abrir el programa”, se disculpó ella. Él se fue a su ordenador, repasó el informe que había preparado para la Policía por si a la chica le hubiera pasado algo, borró todo el texto y lo sustituyó por una sola palabra: “Gilipollas”.





