Estimado amigo: Soy el padre de José Ángel Price, el niño a quien su hijo le ha hecho el regalo del amigo invisible. Es posible que usted me haya visto alguna tarde cuando ha ido a recoger a su hijo al colegio. Yo soy ese señor que suele saludar con la mano hacia el asiento posterior de su limusina. Hago ese gesto porque, a pesar de que los cristales tintados me impiden comprobar si usted está o no está dentro, yo prefiero curarme en salud y no pasar por maleducado. Ésta, la de la buena educación, es una de mis obsesiones, como habrá podido notar. Tanto usted como su chofer saben que, en cuanto su vehículo aparece, aunque el mío no moleste, me aparto para no molestar. Antes de explicarle el motivo de mi carta, quiero que sepa que yo no soy uno de esos padres que se dedican a inventar o a difundir rumores sobre usted, o sobre su familia, o sobre sus amigos, o sobre la actividad que usted desarrolla, o sobre de dónde le puede venir el dinero. Tampoco, Dios me libre, le he dicho nunca a mi hijo que evite jugar con el suyo porque es peligroso juntarse con hijos de mafiosos. A un niño de cinco años no se le deben meter en la cabeza esas ideas. Le escribo porque me da la impresión de que, como recién llegado a este país, es probable que usted no haya captado del todo el sentido del juego del amigo invisible, en el cual mi hijo ha tenido la suerte de ser el destinatario del regalo del suyo. El origen del juego del amigo invisible no está nada claro, y lo más probable es que se trate de un invento de los norteamericanos, que son únicos en maquinar iniciativas para potenciar el consumo. En cualquier caso, se trata de una actividad que cada año cuenta con más seguidores. Como usted sabe, en el juego, cada participante se convierte en “amigo invisible” de otro, al que tiene que hacer un regalo. El mayor aliciente del entretenimiento consiste en conseguir que el receptor no sepa quién es el autor del obsequio, y lo tenga que deducir o adivinar. Ni qué decir tiene que hay regalos merecedores de que el obsequiante se lleve el secreto a la tumba. No es éste el caso del de su hijo, claro está. Por eso mismo, lamento que su pequeño haya experimentado esa rabieta monumental cuando todos los niños de la clase adivinaron a la primera que él era el amigo invisible del mío. Considero conveniente que sepa dos cosas: la primera, que en este tipo de juego se suelen regalar artículos que tengan muy poco coste económico. La segunda, que estamos encantados con el televisor con pantalla de plasma de 32 pulgadas de última generación. Con mi sincero agradecimiento y mis mejores deseos para estas Navidades y el año que se avecina: Ángel María Price.
[Familia Price
]
21 Diciembre, 2008 10:53





