“¿El señor siempre tiene que ser tan ocurrente, verdad?”  —decía la voz—. “¿El señor no puede hacer las cosas como los demás, ¿verdad? El señor tiene que ser diferente —la voz remarcaba el “diferente”—. El señor no podía comprarle la trompeta al crío y dársela para Reyes, que es lo que había pedido el crío. Y el crío esperaba tranquilo la trompeta para Reyes, pero el señor no podía aguantar las ganas de dársela antes de tiempo. Aunque, no sólo era eso: si el señor quería darle la trompeta al crío antes de Reyes podría habérsela dado, y Santas Pascuas. Podría haber llegado un día con la trompeta a casa y decirle al niño: mira, he decidido comprarte la trompeta, y te la doy antes de Reyes para que la aproveches durante las vacaciones. Eso es lo que habría hecho un padre normal —la voz subrayaba el “normal”—. Pero, no. Al señor se le ocurre una de las suyas: como quiere darle una sorpresa al crío, le comprará una trompeta nueva y, sin decirle nada, le dará el cambiazo. Le dejará la nueva en el sitio de la vieja. Así, cuando el crío vaya a tocar, se encontrará una trompeta perfecta y reluciente en lugar de la otra, que está llena de abolladuras. El crío se llevará la sorpresa de su vida, e irá corriendo a buscar a su padre para darle las gracias. Qué bonito, ¿verdad? Pero, claro, el problema era que no se sabía cuál sería el momento en el que el crío descubriría la trompeta nueva; había que asegurar ese momento, el momento de gloria del señor, que no quería perderse la cara que iba a poner el crío. Entonces, como el señor es tan ingenioso, lo que hace es maquinar un plan genial, como todo lo del señor —la voz acentuaba “genial” y “señor”—, para inducir al crío a que abra el estuche y encuentre la trompeta nueva. Lo que hará, después de meter la trompeta nueva en el estuche, será dejar la trompeta vieja fuera, a la vista, como si el crío se hubiera olvidado de guardarla. Así, cuando el crío vuelva del colegio, para que la broma sea una broma de verdad, le echará la bronca al chaval: ¡Te he dicho miles de veces que no dejes la trompeta fuera del estuche! Y el crío, desconcertado y renegando, irá a su cuarto a guardar la trompeta. Entonces… cuando vaya a guardar la vieja… ¡Hale hop! ¡Encontrará la nueva! ¿Insuperable, verdad? Como todo lo del señor. Pero, con lo que el señor no contaba, era con que el crío, después de la bronca, al ver su trompeta fuera del estuche —¿quién narices la habría sacado?— iba a coger el estuche con tanta mala gana y tanta mala leche que la trompeta nueva iba a salir disparada y a rebotar varias veces contra el suelo. ¿Y ahora qué, genio? —proseguía la voz, implacable—.  ¿Cuál de las dos trompetas abolladas será más barata de arreglar?”