Un hombre y una mujer se desplazan en coche por una vía interurbana. A la altura de una parada de autobús, el hombre, que es el que conduce, reduce la marcha y se detiene justo al rebasar el límite de la zona reservada. Al pasar por delante de la parada, los dos han cruzado sus miradas con la de una mujer que espera de pie. Se ha fijado en ellos con un interés extraño, expectante. La mujer que va en el coche abre la portezuela y se dispone a apearse. Cuando se está despidiendo, el conductor ve, al fondo de la silueta de su acompañante, la silueta de la otra mujer, la de la parada. “¿Me podría acercar hasta el centro?”, pregunta. “Es que el chofer del autobús no me ha querido llevar porque no tenía cambio de cincuenta euros.” Se la ve nerviosa. El hombre y la mujer del coche se miran, como preguntándose qué hacer, y el hombre, después de un instante de vacilación, dice: “Suba, no hay problema”. Ahora, la mujer que iba en el coche, la que se ha bajado, es la que está nerviosa. Es mediodía. Ella suele comer fuera de casa, en un bar que queda cerca de la academia a la que va a clases por la tarde. La televisión del bar está a todo volumen, pero ella ni oye ni ve nada. Su mente está en el hombre que la traía en coche y que ha subido a una desconocida. A la mujer se la veía alterada, pero tenía un aspecto inofensivo. Aunque, con tanta cosa rara que pasa por ahí…  Luego, en clase, está como si no estuviera. El tiempo ha transcurrido lento, pero a ella le han faltado reflejos. ¿Cómo no se le ha ocurrido antes? Llama por teléfono a donde trabaja el hombre. No ha llegado aún. Le deja un recado para que la llame en cuanto llegue. Pero transcurre el tiempo y la llamada no se produce. Ella no se ha podido quitar de la cabeza la mirada de aquella mujer. En lo último que se fijó es en que llevaba una falda negra y una carpeta verde, de plástico. ¿Era rubia o morena? El pelo, castaño. Melena corta, un poco más abajo de la nuca. ¿Edad? Unos… ¿cincuenta? Son las ocho de la tarde-noche, y aún no ha tenido noticias del hombre. Ahora, llama a la casa. Allí, una voz femenina dice no saber nada. A eso de las nueve, el hombre regresa a su domicilio, después de haber salido a un recado. Una tercera mujer le dice: “Te ha llamado una tal Emma, que estaba preocupada porque habías recogido a una mujer en una parada”.  La tercera mujer está enfadada: “¿Tú por qué vas recogiendo a desconocidas? ¿Y quién es esa tal Emma? ¿Y por qué no me has dicho nada? ¿Tú no ves los telediarios, o qué? El hombre aguanta el chaparrón como puede. En el fondo, le hace gracia que el simple hecho de acercar a una compañera de trabajo hasta un sitio y de recoger allí a una pobre mujer a la que hicieron bajar del autobús por no llevar dinero suelto estimule tanto la imaginación.