Era un chico a quien desde pequeño los adultos lo consideraban carne de cañón, un enunciado que se utiliza para aludir o calificar, casi siempre en voz baja y en tono despectivo, a aquellos chavales que han nacido y se han criado en un entorno muy problemático, que no manifiestan ningún interés por el estudio ni se adaptan a la escuela y que en cambio demuestran una inclinación precoz a meterse en todo tipo de problemas, especialmente en algunos que rozan los límites de la ley. Cuando entraron a robar al instituto, por ejemplo, él fue uno de los sospechosos, aunque, finalmente, no se le pudo demostrar nada. Durante el fin de semana, los ladrones se habían colado en el edificio sin forzar ninguna puerta y sin que se dispararan las alarmas. Desaparecieron dos ordenadores y una cámara de video del salón de audiovisuales, pero la policía no pudo determinar ni quién ni cómo había podido acceder, cargar con los aparatos y salir sin dejar huellas. Un comentario irónico del chico, y el hecho de que hubiera estado rondando por los pasillos en aquella otra ocasión en que alguien había reventado la taquilla de un alumno y se había apropiado del dinero del viaje de fin de curso acabado de recaudar en el patio en la fiesta de la castañada, lo convirtieron en el candidato número uno a ser o el autor o el cómplice de las fechorías. Sin embargo, nadie estuvo por la labor de investigarlo a fondo o de hostigarlo, entre otras cosas porque, aunque sospechoso y con fama de gamberro, se trataba de uno de esos chicos que, en el fondo, suscitan más lástima o incluso simpatía que animadversión, algo a lo que también contribuía su carita de niño guapo, incomprendido y desvalido. Había cumplido los quince años en Segundo de la ESO, y los profesores habían acogido con alivio su decisión de cambiar de centro. La última vez que lo había visto, su antiguo tutor le había hecho una serie de reflexiones sobre la vida y el futuro, y la necesidad de que cada uno de nosotros encuentre su sitio en este mundo. “Aunque no lo veas claro, tienes que intentar descubrir qué es lo que te gustaría hacer y cómo te gustaría ganarte la vida”, le había dicho. “El problema, cuando no estudias, es que te vas cerrando puertas. Y, en la vida, cuantas más puertas abiertas tengas, mejor”. Como siempre, las palabras le habían entrado al chico por un oído y le habían salido por el otro. Sin embargo, al cabo de unos meses, el antiguo tutor tuvo la certeza de que el chico había encauzado su vida. Se cruzaron por la calle, y el chaval, muy animado, le dijo: “¡Me he apuntado a un módulo de cerrajería!”
[Cosas de la vida
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05 Octubre, 2008 09:25





