En cierta ocasión, el Gobernador de aquella pequeña ciudad-estado convocó a sus consejeros y les habló en estos términos: “El pueblo está cansado de mí, y yo mismo veo y deseo la hora de mi retiro. Sin embargo, no me resigno a que mis adversarios tomen las riendas de la ciudad. Debemos pensar en algo que haga que mi nombre sea recordado para siempre.” Durante un rato, ninguno de los consejeros se atrevió a pronunciar palabra, hasta que uno de ellos, un tal Trashumante, propuso una idea: “Señor —dijo—, de vuestro mandato, quizás nada será tan recordado como la construcción de establos que habéis hecho en zonas estratégicas del territorio. La gente quería establos para sus bestias, y vos se los habéis dado. Un establo más sería la obra que os consagraría como el gran constructor de establos que sois…” Al Gobernador, las palabras del consejero lo conmovieron. “Eso: un establo”, dijo, “pero no un establo cualquiera; tiene que ser un establo diferente a todos los demás; tiene que ser el súper, el híper, el mega-establo…” —el Gobernador, sin saberlo, utilizaba palabras que se pondrían de moda muchos siglos después—. “Mejor que eso”, le interrumpió Trashumante, que tenía estudios, “tiene que ser un tecno-establo”. “¿Un tecno-establo?”, preguntó el Gobernador. “Sí: un tecno-establo”, contestó Trashumante, que era aficionado a leer el Summa Activitae, una especie de Muy Interesante de la época. “Se trata de un establo subterráneo, automatizado, en el que el caballero deja su cabalgadura a la entrada, sobre una plataforma. Allí se inmoviliza al animal mediante unos imanes que lo sujetan de las herraduras, y gracias a un complicadísimo sistema de rieles, poleas y contrapesos, ora se le desplaza, ora se le iza, ora se le empuja hasta un sitio determinado, en el que se le deja hasta que su dueño vuelve a por él. En ese momento, se realiza la operación a la inversa y, hale, hop, en pocos minutos, el animal vuelve a estar en la entrada, a disposición de su amo.” Ni qué decir tiene que, al Gobernador, la idea le entusiasmó. Tanto, que allí mismo encargó a Trashumante que se encargara del proyecto. Trashumante no sabía en lo que se metía, pero tenía un primo que tenía un cuñado que conocía a un amigo cuyo vecino era ingeniero. Muy pronto, numerosos especialistas se pusieron manos a la obra con gran diligencia y entrega —entrega de dinero—. Transcurrieron años de trabajos intensos y fructíferos —fructíferos para los que intervenían en la construcción—. Sin embargo, el establo nunca se terminó, cumpliéndose así el deseo de aquel Gobernador de que su nombre fuera recordado para siempre. Hasta la fecha, la última mención del establo fue en el año 2016, cuando el nuevo Gobernador manifestó: “No importa que no nos hayan concedido los Juegos: dentro de dos años acabaremos el establo”.
[Cosas de la vida
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31 Agosto, 2008 10:52





