Todavía no era Schwarzenegger, sino un tipo de mediana estatura, muy robusto, vestido con una bata blanca similar a la de la doctora. “En efecto, tiene usted el tabique roto”, dijo la doctora, tras observar la radiografía. “Primero, lo vamos a examinar por dentro”, añadió. Mientras lo inspeccionaba con el endoscopio, como quien no quiere la cosa, preguntó: “¿Y cómo se lo hizo?” Él sabía que su respuesta, si era muy escueta, iba a producir alguna sonrisa, así que se mantuvo callado unos instantes. Para contestarle, tendría que haberle dicho que a él los viajes en vacaciones lo ponían de los nervios. A él, a su mujer y a sus dos hijos pequeños. Sus viajes eran… ¿Cómo se lo podría explicar? Como una actividad de alto riesgo. Esta vez, la culpa había sido del bungalow, un bungalow cochambroso, según su mujer. “Para venir a esto tan cochambroso, mejor me quedo en casa…” Eso lo repetía por la mañana, al despertar, alguna tarde que había siesta, y por la noche, antes de dormirse. El bungalow, sí, era un poco cochambroso, pero a buen cansancio no hay mala cama. Él, por las noches, llegaba reventado y se iba directamente a dormir. Su mujer y sus hijos, algunas veces, se acostaban pronto, y otras se quedaban un rato viendo la tele, como la noche en que se rompió la nariz. ¿Debía decirle a la doctora que, cuando estaba nervioso, tenía unos duermevelas muy agitados? ¿Qué, en ocasiones, se levantaba como sonámbulo y se ponía a lanzar puñetazos contra enemigos invisibles? Quizás era necesario, porque eso fue lo que pasó. Al poco de meterse en la cama, cuando estaba casi dormido, un ruido lo sobresaltó. Luego supo que solamente había sido el ruido de la cisterna del lavabo, pero en ese momento sonó como una trompeta del juicio final. Su hijo se habría caído al encaramarse al sofá, o se le habría caído un mueble encima, o… De un salto, se puso de pie sobre la cama y al querer ir hacia la salita su pie se enredó con una manta y cayó de bruces al suelo. El golpe en la cara fue tan brutal que, al levantarse, se sorprendió de tener todos los dientes en su sitio. A los dos días, tras la hinchazón, si se movía la nariz hacia los lados, los huesos sonaban como castañuelas. Podría haber explicado todo eso a la doctora y a Schwarzenegger, pero, en lugar de eso, les dio la respuesta que sabía que les iba a hacer gracia. “¿Que cómo me lo hice? Me caí de la cama; piensen lo que quieran”. Schwarzenegger se le acercó sonriendo. “Ahora, voy a examinarlo por fuera”, dijo. Le atrapó la nariz con sus dos manazas, apretó, y él notó un dolor agudo y el crujido del hueso al volver a su sitio. “¡Aaaayyyy!”, gimió. “Ya está: curado”, dijo Schwarzenegger. La doctora volvió a examinarlo y confirmó la cura. “Si le hubiese dicho lo que le iba a hacer, no se habría dejado”, se justificó Schwarzenegger. Luego se despidió diciendo: “Y no se olvide de dormir con casco de motorista.” Héroes.