El hombre se levantó de la tumbona, caminó hasta la orilla y dejó que las olas le chapotearan suavemente en los pies. Luego fue metiéndose poco a poco en el agua, levantando las rodillas a medida que avanzaba. El agua estaba más fría de lo esperado. Cuando el nivel del líquido le llegó hasta la cintura fue subiendo los brazos, primero en cruz y luego en vertical, y siguió avanzando, a saltitos, hasta mojarse los sobacos. Se detuvo unos instantes, como para tomar aire, y se zambulló hacia delante, desapareciendo por unos instantes. Al salir, sólo se le veía la cabeza y, a veces, con el movimiento de las olas, parte de los hombros. Ahora parecía bracear, y su figura se había reducido a un punto que iba disminuyendo poco a poco en dirección a… ¿A qué dirección debía de ir? Visto desde uno de los farallones de la playa, el punto, su cabeza, era el vértice inferior de un rombo en cuyo vértice superior se veía un barco petrolero, allá a lo lejos, y en cuyos dos vértices laterales flotaban dos boyas de señalización, amarillas. El punto, su cabeza, parecía dirigirse en línea recta hacia el petrolero. Pero el petrolero estaba demasiado lejos, varias millas mar adentro. Bueno, había nadadores que cruzaban el Canal de la Mancha o el Estrecho de Gibraltar, o que hacían la travesía de Valencia hasta Mallorca. ¿Sería el punto uno de ellos? ¿Quién iba a saberlo, si no había nadie a pie de playa, salvo una acompañante del punto que, ajena a todo, dormitaba en otra tumbona? El punto, ahora, había modificado el trayecto y se desplazaba hacia una de las boyas. Ahora ya no se podía hablar de rombo, pues estaba claro que el objetivo del punto no era llegar hasta el petrolero. Ahora, lo que había era un triángulo rectángulo formado por el punto y las dos boyas. En este triángulo, el punto y la boya más cercana formaban el cateto más corto, y hacia ella se desplazaba el punto, que nadaba cada vez más lento. A medida que avanzaba, el cateto se iba acortando, hasta que, finalmente, el punto se agarró desesperadamente a la boya. El triángulo había desaparecido y ahora sólo quedaban dos líneas rectas posibles: una, más corta, pero absurda, desde una boya a la otra, y otra, más larga, desde la boya a la playa. El punto optó por ésta última. Vacilante, comenzó a trazarla. El oleaje ahora era un poco más intenso. Sólo un poco más, pero suficiente para que el punto, a medio camino, desapareciera. Luego, el único testigo del suceso, un profesor de matemáticas que contempló todo desde el farallón, intercambió impresiones con la mujer de la tumbona. “Voy a darme un chapuzón”, había dicho el punto. Fue a la hora de la siesta.
[Cosas de la vida
]
15 Junio, 2008 10:09





