El viernes por la tarde, el pirata dijo a su servidor que necesitaba un vestido de pirata, una espada de pirata y un parche para el ojo. Como ya era bien entrada la tarde, el servidor le dijo al pirata que las tiendas de ropa de pirata ya estarían cerradas, así que era mejor esperar hasta el sábado. En ésas apareció la madre del pirata, buscó en los arcones de la ropa en desuso y encontró unos pantalones viejos del pirata, una camiseta a rayas horizontales del hermano del pirata y un cinturón de ella misma, la madre del pirata. Ninguna de estas prendas eran de pirata, pero la madre del pirata se las probó al pirata y, en conjunto, le quedaban que ni pintadas (de pirata). Los piratas suelen ser caprichosos e imprevisibles: a pesar de que sabía que aquellas no eran ropas de pirata, el pirata las dio por buenas, y convino en que ya sólo necesitaba una espada y un parche para el ojo. Así que, la mañana siguiente, temprano, lo primero que hizo fue despertar al servidor para que saliera en busca de las dos prendas. El servidor, a regañadientes, pues era sábado —y los sábados los servidores suelen levantarse más tarde—, se fue a recorrer la ciudad en busca del parche y de la espada. “Una espada pequeña”, había advertido el pirata, pues era bajito, y no era cuestión de que, al andar, la punta de la espada le arrastrara por el suelo. El servidor entró en varias tiendas, pero en todas ellas le dijeron que las armas de pirata ya no se llevaban —y menos en esa época del año—, así que comenzó a pensar que no conseguiría la espada. Y como no podía regresar de vacío —todo el mundo conoce el mal genio de los piratas— optó por ir comprando todo lo que podría gustar más al pirata que una espada pequeña: un alfanje, una cimitarra, un sable, una katana, un mandoble… Así, tendrá para escoger, pensaba el servidor, a quien no le importaba gastarse una fortuna con tal de no contrariar al pirata. A eso de las doce, el servidor llevaba dieciocho maravedís menos en la bolsa y un pequeño arsenal de armas largas. Pero, ni asomo del parche. ¡El parche! ¿Sabe usted en dónde puedo encontrar un parche de pirata?, preguntó en una tienda en la que acababa de comprar un florete. Como no sea en los chinos… ¡En los chinos, claro…! Era el sitio en el que la madre del pirata le había dicho que mirara. Afortunadamente, había bazares chinos por todas partes. En uno de ellos, el servidor encontró un equipamiento completo de pirata con espada pequeña, parche, garfio, puñal, pistola, pata de palo, pañuelo y anillo en forma de calavera, todo ello por dos maravedís. El servidor regresó a casa, entre contento y avergonzado. Pero, antes, como previsión ante las iras de la madre del pirata, se deshizo, arrojándolas en contenedores, de todas las armas que había comprado antes de entrar en el bazar.