La sala en la que ahora se reunía aquel grupo de hombres importantes era amplia y bien iluminada, pero desprovista de ventanas, y su único lugar de acceso era una puerta de vaivén cuyas hojas encajaban suave pero firmemente entre ellas, produciendo un efecto hermético. Esa mañana, al entrar por primera vez, Alterio José Price había pensado que, a pesar de la claridad, el lugar tenía el aspecto de una cripta. En cualquier caso, era un lugar propicio para la componenda, el secreto, la conspiración. Tanto el mobiliario como la decoración eran de una sobriedad extrema, sin concesiones a la comodidad, como si a las personas que se reunían allí no les interesara permanecer mucho tiempo. Ya a media mañana, tras haber recibido las instrucciones precisas, y mientras esperaba su turno de intervención, Alterio José pensaba en lo rápido que pasaba el tiempo. Hacía nada que era un chiquillo que corría empujando un aro por la calle, sin más preocupación que perseguir gatos y lagartijas, o huir de las iras de las chiquillas a las que había levantado la falda para verles las braguitas. Luego había venido la época larga y aburrida de los estudios, y otra, ésta borrosa, en la que había tenido que comenzar a trabajar para convertirse en un hombre de bien. ¿Y tú qué quieres ser?, solían preguntarle. ¿Y él qué sabía? A él no le llamaba la atención ser médico, ni abogado, ni arquitecto, ni militar, que por aquel entonces aún se llevaba. Él, lo que quería ser —un día lo supo— era aquel tipo que entra a una oficina y todos los demás se callan, porque son sus subalternos. Eso: eso era lo que quería: entrar a un sitio, y que los demás se callaran. Ese día, cuando empujó la puerta de vaivén para entrar a la sala en la que se reunían aquellos hombres, supo que el destino tiene formas muy caprichosas de conceder los sueños. En cuanto él hizo acto de presencia, fue como si una fuerza invisible centrifugara las palabras y las redujera a la nada. En medio del silencio más absoluto, Alterio José se dirigió a la cabecera de la mesa y, con gesto concentrado, se dispuso a oír lo que aquellos hombres tenían que decirle. Después, también rodeado de silencio, abandonó la sala, mientras a sus espaldas se intuía un rumor creciente. Luego, cuando reapareció, el deslizar de las ruedas del carrito sobre el parqué y el murmullo quedo de tazas y de cucharillas no hizo más que resaltar el mutismo en el que habían vuelto a caer los concurrentes. Alterio José terminó de repartir los cafés y cortados y se retiró, tan discreto como había entrado, dejando que aquellos señores influyentes siguieran hablando de sus asuntos.
[Familia Price
]
25 Mayo, 2008 11:43





