[Amores y desamores ] 27 Enero, 2008 09:54
Pobre Ulises Javier Price. Había sobrevivido varias veces al canto de las sirenas, pero no podía escapar a su influjo. Allí donde hubiese sirenas —o presumía que las hubiese—, allí estaba él, siempre expectante, siempre al acecho. Cuando las sirenas aparecían o estaban a punto de aparecer, la atmósfera alrededor de Ulises Javier se compactaba y él se quedaba tenso y anhelante. Si presentía alguna sirena, Ulises Javier dejaba unos instantes de respirar, como si temiera que el aire que dejara escapar de su boca fuera a delatarlo y a espantarla. Las sirenas, lo sabía él muy bien, eran poderosas, pero muy asustadizas. A las sirenas había que acercárseles con mucha discreción, mucho tino, mucho sigilo. A veces, encontraba bancos enteros de sirenas, como los de peces, y éstas se comportaban con libertad y despreocupación, confiadas en el cobijo que les daba la manada. Bailaban entre ellas, se reían, cantaban…, siempre ondulantes, siempre sensuales, siempre peligrosas. Tropezar con un grupo así de sirenas no era difícil. Ni siquiera hacía falta ese instinto, agudizado por la necesidad y el uso, como el que poseía Ulises Javier. Tampoco había que tomar precauciones al acercarse, pues, ellas, en grupo, se sabían invencibles y dejaban arrimarse a los incautos. Pescar una sirena de aquellas era imposible, al menos para él. Las sirenas lo dejaban aproximarse —podía percibir su perfume y casi tocarlas—, pero, en cuanto lanzaba la red a una, ésta se volatilizaba y las demás se iban dispersando hasta desaparecer. Lo mismo ocurría cuando descubría alguna sirena sola. Ahí, la dificultad era doble: primero, acercarse sin asustarla; y después, lanzar el anzuelo. Fuera como fuere, con él, las sirenas nunca picaban. Era como si pertenecieran a un universo paralelo, al inaccesible otro lado del espejo. Las sirenas se hacían visibles a él, sí: podía verlas, olerlas, saber de ellas; pero, en cuanto él se hacía visible para ellas, se esfumaban. En todo eso pensaba Ulises Javier, ya bien entrada la madrugada, cuando vio a aquella sirena solitaria, varada frente a la barra de un bar. Era una sirena alta, de formas potentes, en cuya mirada él creyó leer, como en un espejo, su propia soledad. Como de costumbre, sintió que le faltaba el aire y se aproximó con cautela, temiendo asustarla. Sin embargo, ella, cuando lo vio, en lugar de volatilizarse, le sonrió. A él se le abrió un mundo, pero, enseguida, sin saber por qué, tuvo una intuición. Siguió de largo hacia el lavabo y después salió del local sin decir palabra. Luego, estuvo pensando en su incompatibilidad con la cola de las sirenas.
[Cosas de la vida ] 20 Enero, 2008 10:21
La chica que hacía prácticas en la empresa era gilipollas. Bueno, quizá él pensaba que la chica era gilipollas porque él, que era el jefe, era muy previsor y ella muy informal. La chica acudía al trabajo una mañana sí y dos no; un día tenía gastroenteritis; otro, había perdido el autobús; otro, se le había puesto enfermo su hermano pequeño; otro, como el sueldo de practicante era tan bajo, combinaba las prácticas con la venta de desalinizadores de agua… La chica era un desastre total, pero, a pesar de todo, él había decidido confiarle un informe para el consejo de dirección. La chica todavía no sabía manejar muy bien los programas, pero había tiempo de sobra: estaban a lunes, y el informe era para el jueves. Y el informe tenía que estar para el jueves porque, ese viernes, él se iba de vacaciones y tenía que dejar el informe cerrado, ¿entendía? La chica entendía. El lunes, fijaron las características del informe. El martes por la mañana, la chica dijo que ya tenía toda la documentación y que por la tarde comenzaría a escribir. El miércoles, no dijo nada, pero se suponía que estaba con el informe.
El jueves por la mañana, la chica llamó a eso de las diez. Había perdido el autobús y se retrasaría una media hora. Dos horas más tarde, llamó una señora  y preguntó por ella. ¿Está Maricielo? Maricielo no estaba. Había llamado diciendo que se retrasaría. ¿Quería que le dijera algo en cuanto llegara? No. La mujer no quería que le dijera nada, ya se verían en casa. ¿Se verían en casa? Aquella mujer parecía ser la madre de Maricielo, y también parecía no saber qué vida llevaba Maricielo. Entonces, El Previsor empezó a atar cabos y tuvo una intuición: esa chica llevaba una vida muy rara; no era agua clara. ¿Y si la habían secuestrado, o le había pasado algo? Una chica tan joven y tan alocada… Los noticieros estaban llenos de… El previsor intentó recordar el último momento en el que la había visto en la empresa, los detalles de sus comportamientos y conversaciones, cualquier cosa que pudiera servir de pista. Y, como era tan previsor, en lugar de escribir el informe pendiente para el consejo de dirección , comenzó un informe para la Policía, por si acaso, en el que pormenorizaba todo lo que recordaba de ella. Eso sí: en lugar de escribir que la chica era gilipollas, suavizó el término con la expresión “independiente”. Se trataba de una chica “independiente”, de la que no se sabía nada, desde que había salido de su casa, minutos antes de las diez de la mañana, hasta las seis de la tarde, que era cuando él estaba a punto de acabar el informe.
A eso de la seis y cuarto, apareció la chica. “Hola. Llevo toda la mañana y toda la tarde en la oficina de al lado, ¿sabe?”, dijo. “¿Y por qué no me habías dicho que estabas?”, preguntó el previsor. “Es que tenía unas ideas para el informe y quería escribirlas”, dijo ella. Él estuvo a punto de darle un beso. “O sea, has acabado el informe”, dijo. “No, no he podido abrir el programa”, se disculpó ella. Él se fue a su ordenador, repasó el informe que había preparado para la Policía por si a la chica le hubiera pasado algo, borró todo el texto y lo sustituyó por una sola palabra: “Gilipollas”.
[Niños ] 13 Enero, 2008 10:47
Para convertirse en superhéroe, aquel niño necesitó varias semanas de preparación y cuatro días de actuaciones intensas. Al principio, el problema era el traje. Como todavía no era superhéroe, tuvo que pedir prestado un conjunto del que finalmente sólo le servían los pantalones, aunque estos le sentaban muy holgados. La parte de arriba hubo que comprarla, y, como él todavía no era superhéroe y además estaba en etapa de crecimiento, sus padres se decidieron por un anorak que al final resultó igual de grande que el prestado, el que habían descartado por grande. Completaban la vestimenta unas botas impermeables de caña alta y suela gruesa, doblemente grandes, en previsión del desarrollo futuro del pie y de que deberían ser usadas con calcetines gruesos de lana, adecuados para fríos extremos. También llevaba unos guantes cuyo color no combinaba ni con los pantalones ni con el anorak, y unas gafas solares de marco verde y cristales amarillo chillón. Vestido así, el todavía no superhéroe no tenía aspecto de superhéroe, pero sí ya una pinta extraña, como la de un astronauta psicodélico al que hubieran achaparrado en una prensa de compactación. Esta fue la apariencia con la que afrontó su primera misión, que consistía en sobrevivir a una semana iniciática de esquí escolar en Candanchú. Sería fatigoso detallar los pormenores de la experiencia. Baste decir que, desde el primer día, el niño ya dio muestras de sus poderes. El principal de ellos fue el de la ubicuidad: testigos que lo vieron a la misma hora en sitios diferentes afirman que, a la hora de calzarse los esquís, el superhéroe comenzó a deslizarse de espaldas cuesta abajo y a agitar los brazos como si quisiera volar —lo cual a alguien le recordó a Batman—; otros, que observaban cómo bajaba a velocidad involuntariamente inadecuada, lo vieron desaparecer por la cubierta de un terraplén y aterrizar de cabeza cuatro metros más abajo —lo cual a alguien le recordó los vuelos de la Antorcha Humana—; otros consiguieron apartarse mientras algunos eran arrollados cuando él bajó como una exhalación y sólo se detuvo al chocar contra el muro de la cafetería —lo que a unos les recordaba a La Masa y a otros al Hombre Bala; y otros, en fin, pensaban en Spiderman al ver las posturas tan inverosímiles que adoptaba cada vez que se caía. A raíz de los numerosos comentarios, lo que tuvieron claro sus padres al ir a recogerlo tras la excursión era que habían mandado a Candanchú a un hijo y les había regresado un superhéroe. La única duda era: ¿Cuál de ellos?
[General ] 06 Enero, 2008 11:34
La certeza definitiva la tuve ayer por la tarde, cuando mi madre le volvió a preguntar a mi padre si había bajado al parking o no, y al contestarle mi padre que sí, que había bajado al parking, mi madre le preguntó si las ruedas del coche estaban en su sitio o no, y mi padre le preguntó a su vez a mi madre que qué ruedas, a lo cual mi madre contestó que pues las ruedas del coche, cuáles iban a ser. Ah, claro, las ruedas del coche, dijo mi padre, que pareció entender lo que eran unas ruedas de coche cuando mi madre le guiñó un ojo indicándole que las ruedas del coche por las que preguntaba no eran las ruedas del coche, sino aquellas otras ruedas del coche, es decir, una cosa que mi madre había dejado en el maletero del coche y mi padre no había visto. En el coche no hay nada, le había dicho días antes mi padre a mi madre, y mi madre le había dicho que no podía ser, porque ella estaba segura de haber dejado la cosa en el maletero. A mi padre se le veía preocupado, porque, de vez en cuando, preguntaba a mi madre si estaba segura de haber dejado la cosa ahí, y mi madre le decía que sí, que estaba segura, y él continuaba asegurando que no la había visto, y ella decía que, entonces, era que la cosa se había caído al abrir el maletero del coche. Es imposible que se haya caído al abrir el maletero, decía mi padre, y entonces mi madre decía: pues, entonces, es que nos la han robado, y mi padre decía que no podía ser, que cómo iban a robar una cosa del maletero sin forzar la puerta del maletero, y entonces mi madre decía: pues, entonces, la habrás perdido, y mi padre decía: la habrás perdido tú. Pues, ahora qué vamos a hacer, preguntaba mi madre, pues, tú misma, preguntaba mi padre, a ver cómo lo arreglas. A ver cómo lo arreglas tú, que has sido el que has perdido la cosa, decía mi madre.
Pero, todo eso se solucionó cuando mi padre bajó una vez más al parking, volvió a buscar en el maletero y encontró, no la cosa, sino una cosa más pequeña que abultaba menos que la cosa que él buscaba. Pues, ¿cómo es que has comprado esa cosa?, le preguntó mi padre a mi madre, y mi madre le contestó: ¿Y qué otra cosa querías que comprara? Pues, aquella otra cosa tan chula, dijo mi padre. Bah, dijo mi madre, si es lo mismo. ¿Que es lo mismo? Ya veremos, dijo mi padre.
Así fue como me enteré de dos cosas: la primera, que mis padres todavía piensan que yo creo en los Reyes Magos. Y la segunda, que los Reyes Magos me iban a traer un libro más de la colección del señor Coc, y no la casa gigante del señor Coc, que era lo que yo había pedido.