La revolución que a principios del siglo XXI cambió para siempre el orden económico internacional se originó en una mezquita turca en enero del año 2007. Por esos días, cadenas televisivas y periódicos de todo el mundo, así como innumerables sitios del ciberespacio, enseñaron unas imágenes que asombraron a espectadores, lectores e internautas. Al tener que descalzarse para entrar al lugar de culto, un individuo elegantemente vestido a quien acompañaba un séquito de personalidades enseñó unos calcetines rotos por los que asomaban los dedos gordos de sus pies. El asunto no hubiera pasado a mayores si no fuera porque, aunque desconocido para el gran público, ese señor que mostraba las cucharillas se llamaba Paul Wolfowitz y ostentaba el cargo de presidente del Banco Mundial, una entidad creada por países desarrollados para financiar proyectos de países más pobres. La anécdota generó millones de comentarios, la mayoría de ellos jocosos, pero nadie podía sospechar la impresión que había producido en el inconsciente colectivo. Lo cierto es que, a partir de esas imágenes, la humanidad, que por aquella época atendía a los peligros del cambio climático del planeta, descubrió que acechaban amenazas todavía peores. Por una asociación de ideas que equiparaba los calcetines a las necesidades básicas del hombre, la gente comenzó a sospechar que los ricos no eran tan ricos. Y si los ricos no eran tan ricos y no podían ni sufragar sus necesidades básicas —si no tenían ni para calcetines—, ¿qué podían esperar los demás? El miedo se apoderó de todos. Pero fue un miedo fructífero: a partir de ahí, al solicitar préstamos, nadie pedía a los bancos que le rebajaran los tipos de interés, sino que se los subieran; las hipotecas se revisaban al alza, y en lugar de colocar depósitos a término fijo los clientes donaban el dinero a los financieros. Los gobernantes de los países en desarrollo dejaron de pedir que les perdonaran la deuda externa e implantaron nuevos impuestos destinados a financiar el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dos entidades que ya no invirtieron más en países subdesarrollados, sino que repartían el dinero a los multimillonarios —previo examen de sus calcetines—. Todos tuvieron que trabajar más, y así fue como el siglo XXI fue conocido como el de Siglo de la Productividad. También fue el siglo en el que los psicólogos comenzaron a utilizar el nombre de “síndrome Wolfowitz” para definir ese placer intenso que experimentan los pobres al darle dinero a los ricos.
[Orígenes
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10 Febrero, 2007 23:39





