La historia que me contó Juan Cristóbal Price era tan increíble que se la hice repetir varias veces, y en todas ellas tuve la sensación de que se estaba burlando de mí. Según Juan Cristóbal, todo había empezado un viernes por la noche en una discoteca de la costa, cuando él se curaba de tristezas y soledades frente a una de las barras del local. Lo normal en aquellos casos era que, al cabo de unos cuantos cubalibres, Juan Cristóbal recordara que, a pesar de que había pasado jornadas interminables en establecimientos parecidos, los locales nocturnos no eran su elemento, y que optara por largarse, más triste y descorazonado que antes de entrar. Respecto a las discotecas, había dos cosas de las que él se podía jactar: una eran las consumiciones pagadas. Juan Cristóbal estaba seguro de haber sufragado, él solo, las nóminas de varios camareros. El otro de sus records mundiales era el de mujeres que lo habían rechazado, que eran numerosas como las aves del cielo e incontables como las aguas del mar. Aquella noche fue diferente: justo cuando iba a marcharse, a Juan Cristóbal se le situó al lado una mujer guapísima, a la que él había estado mirando todo el rato mientras ella se contoneaba por la pista rodeada de moscones. El porqué aquella mujer lo escogió a él y no a ningún otro de los que la pretendían es un misterio que Juan Cristóbal ni se molestó en averiguar. El hecho es que la mujer comenzó a hablarle, que se cayeron bien, que salieron juntos de aquel sitio, que terminaron la noche en la casa de él y que ahora estaban viviendo una historia de amor. Pero, todo esto, que ya era extraño que le sucediera a Juan Cristóbal si se tenía en cuenta su currículum, se convertía en totalmente inverosímil en cuanto él revelaba la identidad de su amada. Se trataba de una actriz famosa, casada con un galán de cine por el que suspiraban millones de mujeres en todo el mundo. Ahí, es que había para no creérselo. ¿Una mujer que lo tenía todo, y, además, un marido tan guapo, rico y famoso como ella por el que babeaba cada vez que le preguntaban por él en las entrevistas, se iba a enamorar a primera vista, en una discoteca, y de un don nadie, y un poco feo —todo hay que decirlo— como Juan Cristóbal?
—Anda, y que te den. Eso es imposible —le dije.—Pues, no. No sólo es posible, sino que es lógico.
—¿Ah, sí? ¿Y dónde está la lógica?—inquirí.
—Pues, porque las mujeres son muy raras.
Yo me limité a abrir la boca y, después, a cerrarla, muy despacio.





