Nunca se le hubiera ocurrido compararlo con Humphrey Bogart, pero ahora, con el cigarrillo colgando de la comisura del labio, la mirada perdida y el rictus hierático que traía cuando se introdujo de nuevo en el coche, ella pensó que algo en su marido recordaba al Bogart de las películas en blanco y negro. Su marido había frenado en seco, se había cagado en la madre del otro conductor, se había bajado del coche, se había ido directo hacia la ventanilla del otro y había comenzado a insultarlo, conminándolo a que se bajase. El otro se había bajado, y ahí a ella se le podía haber ocurrido lo de Bogart —pues Bogart era bajito y el otro le sacaba un palmo de estatura a su marido—, pero no se le ocurrió, porque lo que le encogió el estómago fue que el otro, además de ser más alto, se había bajado con una especie de… ¡Dios mío! ¿Una barra de hierro…? ¡No! ¿Un paraguas…? ¡Un paraguas! El desgraciado aquel estaba amenazando a su marido con un paraguas, ¡madre mía, quién le mandaría bajarse a su marido! El tipo, que le sacaba un palmo a su marido y con un paraguas en la mano, y su marido, que aún decía que le iba a arrancar la cabeza, pero, sin prisas, por lo visto, porque lo que había hecho era meter la mano en el bolsillo y sacar… ¿Un pitillo…? Su marido había sacado un pitillo, lo había encendido, le daba grandes chupadas y gesticulaba con esa mano como si con el humo quisiera conjurarle los malos espíritus al otro, que le iba a sacar los ojos y se le iba a mear en los agujeros. Había para asustarse y ella se asustó de veras, pero la escena también tenía su gracia: los dos tipos amenazándose mutuamente, el uno con un paraguas y el otro con un cigarrillo que chupaba como si se tratara de los sesos de su oponente. Luego, cada uno se metió en su coche —al fin y al cabo ni se habían rozado— y a ella se le ocurrió lo de Bogart. Sin embargo, no le dijo nada a su marido. Lo que dijo, al cabo de un rato, fue: ¡Qué mal huele! Él, por única respuesta, abrió la ventanilla. ¡Con el frío que hace! Bogart no respondió, y ella comprendió que no debía hacer más comentarios. Tampoco preguntó nada cuando él llegó y se fue directo a la ducha. Ni cuando él salió del lavabo, se vistió, fue a la cocina, cogió una bolsa de basura, metió en la bolsa los pantalones y los pantaloncillos que llevaba puestos antes y bajó a depositar la bolsa en el contenedor. Ni cuando volvió a subir, volvió a encender un cigarrillo y volvió a adoptar el gesto duro e imperturbable del imperturbable Humphrey Bogart.
[Cosas de la vida
]
14 Enero, 2007 11:55
Bogart





