¿Has soñado cómo podría ser una noche ideal con una de las mujeres más hermosas del planeta?, me dijo, sin más, Juan Tenorio Price cuando le pregunté sobre su cita a ciegas con Scarlett Dearn. Juan Tenorio había ganado un concurso para cenar con la famosísima actriz, y yo ardía en deseos de saber los pormenores de ese encuentro. Por supuesto que el término “cita a ciegas” se refería solamente a ella, quien se había prestado a una campaña benéfica, ideada por una ONG, mediante la cual uno de los cientos de miles de internautas anónimos que habían realizado un donativo tendría derecho a asistir a una cena íntima con Scarlett Dearn, la diva hollywoodiense. A diferencia de Scarlett, que ignoraba todo sobre Juan Tenorio, él y cualquier persona medianamente informada sabían la vida y los milagros de Scarlett: su ingreso desde muy pequeña al estrellato del celuloide, sus dos nominaciones al Oscar, sus escándalos, sus excentricidades… Juan Tenorio, pues, jugaba con ventaja. Sin embargo, con lo que no contaba era con que la intérprete del antipático y repelente papel de Los secretos de Scarlett —una parodia de sí misma— fuese en realidad una mujer culta, desenvuelta y sencilla. En una palabra: encantadora. “La verdad es que congeniamos desde el primer momento”, dijo Juan Tenorio, como si eso fuera la cosa más natural del mundo. Ese primer momento había sido, según él, en la limusina en la que pasó recogerlo la propia Scarlett para que los condujeran a su restaurante preferido. La cena íntima no lo era en absoluto, pues contaba con la presencia de fotógrafos, de cámaras de televisión y del representante de la actriz, quien, sentado a una mesa cercana, no les había quitado ojo durante toda la velada. A pesar de ello, los dos se lo habían pasado en grande. Tanto, que al atardecer del día siguiente, la misma limusina había vuelto a recoger a Juan Tenorio en el hotel, pero esta vez no para llevarlo a ningún restaurante, sino directamente a la mansión de la actriz, quien, liberada de los incordios del día anterior, había sumado a sus encantos todo su poder de seducción. “Sí, nos amamos”, confirmó Juan Tenorio, como quien da cuenta de una obligación cumplida. Se habían compenetrado tan bien que ella le había propuesto verse cada día o, si él no podía, fijar un día de la semana o del mes. En cualquier caso, verse con cierta regularidad. “¿Y…?”, pregunté yo, intuyendo, por el tono de Juan Tenorio, que algo no iba bien. “Le dije que no”, dijo. Y al ver mi semblante boquiabierto, encogiéndose de hombros, añadió: “Ya sabes que yo no soporto la rutina”.
[Familia Price
]
14 Septiembre, 2008 10:48





