La actitud de Juan Eliécer Price cuando tomaba el sol o la fresca en aquel banco del parque revelaba un estado de ánimo contradictorio. Algunas veces, Juan Eliécer se mostraba eufórico: saludaba a los conocidos y bromeaba con ellos, entablaba conversación con los desconocidos, se sumaba a las persecuciones de los chiquillos a las palomas, galanteaba con las adolescentes, examinaba los parterres, interrogaba a los del servicio de limpieza, compartía su asiento con quien apareciera… Otras veces, Juan Eliécer marcaba su territorio ocupando la parte central del banco y manteniéndose con la cabeza gacha, como adormilado, o con la mirada perdida, ajeno al bullicio, a los viandantes, a las madres con cochecito, a la chiquillería, a las palomas, a las pandillas de estudiantes… En otras ocasiones, Juan Eliécer lo observaba todo, pero con una expresión de desconcierto y de fastidio. Era como si las cosas y las personas le molestaran, como si estuvieran en deuda con él, como si le hubieran arrebatado algo, o hubiese sido víctima de alguna injusticia. Uno de los días que lo vi comunicativo me atreví a acercármele. “¡Hombre, el gran escritor…!”, ironizó. “Hombre, el gran… ¿recién jubilado?”, insinué. “¡No tan rápido, amigo, no tan rápido!”, replicó. “Entonces, qué haces tantas horas en este parque”, pensé. Él, como si me hubiera leído el pensamiento, prosiguió: “¿Sabes? Cuando yo era pequeño, hubiese querido ser niño prodigio. Pero, cuando tenía edad de ser niño prodigio, ya había otros niños prodigio y se me pasó la edad de ser niño prodigio sin haber descubierto ningún talento en mí. Entonces pensé que podría ser una revelación del deporte, uno de esos deportistas que, desde muy jóvenes, se convierten en famosos y millonarios. Sí, yo quería ser uno de ellos. Pero, pasaron los años y yo no destaqué en ningún deporte. Entonces consideré que tal vez tendría que dedicarme a la política. En política, por aquellos años, había ministros jovencísimos a los que todo el mundo admiraba. Pero me llegó la edad en que podría ser ministro, y ni siquiera había comenzado la carrera. Entonces me consolé pensando en que al cabo de algún tiempo tendría la edad de ser presidente del gobierno. Sin embargo, cuando tuve edad de ser presidente, nombraron presidente a uno que tenía la edad de los ministros jóvenes. Con todo esto te quiero decir que nunca he llegado a tiempo de ser nada.” Yo pensé: “¿Y todo eso qué tiene que ver con este banco de jubilado?”. Juan Eliécer, como si escuchara mi mente, continuó: “¿Ves este banco? Ningún cabrón de mi generación ocupará antes que yo este banco de jubilado.”