Los dos eran divorciados. ¿Habían sido infelices en sus respectivos matrimonios? No, la infelicidad es un concepto muy abstracto. Digamos que la boda de cada uno de ellos se había producido después de un noviazgo sin entusiasmo, y que los dos casos habían desembocado en una rutina tensa que había acabado por ser insoportable. Se gustaban, era casi inevitable que se convirtieran en amantes. No se trataba de una segunda oportunidad. Simplemente, estaban a gusto juntos. Más que amarse, se hacían compañía. Y, como en tantas parejas, todo iba bien hasta que uno quiso saber demasiado sobre el otro. Un día, ella había asistido a una recepción en la que había coincidido con un antiguo novio. Después había querido hablar de ese amor malogrado.
— ¿Conoces a fulano? —le preguntó.
—Sí, claro que lo conozco.
—¿Sabes? Yo me tendría que haber casado con él.
Él sintió algo raro en el estómago, como un aviso de náusea, pero no dijo nada. Ella prosiguió:
—Estuve saliendo durante cinco años con él, y me tendría que haber casado con él, que es un hombre diez…
Él se sintió mareado. Lo de “hombre diez” —hombre perfecto— le pareció una cursilada, pero le afectaba terriblemente.
—Después me casé con quien me casé, y él se casó a su vez con una chica que debe de ser muy maja, porque él es increíble. ¿La conoces, a ella?
—Por supuesto que la conozco. Trabaja conmigo.
—¿Qué tal es?
—Muy maja, muy buena profesional y muy agradable.
—Debe de serlo, porque para que él se haya casado con ella tiene que ser especial.
—La vida está llena de coincidencias —dijo él, al rato—. Tú formas parte de una historia de mi vida y ni siquiera te la imaginas.
—¿De qué historia? Cuéntamela.
—No, no te la puedo contar.
Y no se la contó. ¿Cómo le iba a decir que ese hombre diez, ese que tendría que haberse casado con ella, era el que finalmente se había casado con la mujer de la que él estaba locamente enamorado. ¿Qué le iba a decir? ¿Sí, ese hombre se tenía que haber casado contigo y no con la mujer de mi vida? A partir de ese momento, todo cambió entre ellos. Él nunca le perdonó que no se hubiera casado con aquel hombre diez. Y fueron infelices —sí, infelices—, pero cada uno por su lado.