¿Alguna vez te han apuntado a la cabeza con un revólver?, me preguntó Eliécer Price. A mí, sí, prosiguió. Supón que tú eres yo y que yo soy mi compadre Juan de Dios. Pues, yo, que soy mi compadre Juan de Dios, saco un revólver del bolsillo de la americana, lo levanto y te apunto directamente a la cabeza. ¿Cómo se te hubiera quedado el cuerpo? El tipo saca el revólver, lo levanta y me lo pone delante de las narices. Y yo sin saber de qué iba la cosa, porque mi compadre, cuando me apuntaba, no tenía ninguna expresión en el rostro. No estaba ni serio, ni enfadado, ni risueño, ni ponía mirada burlona o de desequilibrado, que es lo que uno espera en una situación como ésa. Mi compadre se limitaba a observarme, a ver si me cambiaba la cara. Y yo, sin saber qué cara poner. ¿A ti te han temblado las rodillas alguna vez? ¿No te han empezado a temblar tan fuerte que no puedes pararlas? Pues, a mí me pasó ese día. ¿Qué cómo ocurrió? Pues, muy fácil: en la mesa estábamos mi compadre, mi comadre, yo, y me parece que nadie más. No, espera: puede que también estuviera mi ahijado, aunque mi ahijado puede que estuviera sentado en el sofá. Sé que estaba mi ahijado porque mi compadre no llegó solo, llegó con alguien, y ese alguien seguro que era mi ahijado. El caso es que, cuando llegó, mi compadre dijo que se alegraba de verme, y le preguntó a mi comadre si ya me había ofrecido algo. Mi comadre le dijo que no le había dado tiempo porque yo acababa de llegar. Entonces mi compadre le dijo que preparara café y, en lugar de preguntarme qué hacía allí, comenzó a hablarme de su trabajo. Las cosas le iban más o menos bien, según decía. Pero yo notaba que las cosas no podían ir tan bien. Era raro ver a mi compadre a esa hora en su casa. Y además, él también estaba raro. Joder, si estaba raro. Cuando sacó el revólver, por poco me hago aguas en los pantalones. Si nunca te han apuntado a la cabeza con un revólver no sabes lo que es eso. Mi compadre me apuntó a la cabeza, mantuvo durante unos instantes el cañón del revólver cerca de mi nariz y luego lo bajó y me lo ofreció. Yo, claro, tuve que recibírselo. ¿Alguna vez has tenido un revólver en las manos? Yo, antes de ese día, nunca. ¿Sabes lo que me sorprendió? Lo frío que estaba. Y lo pesado que era. Lo cogí y se lo devolví casi enseguida a mi compadre, sin saber si era un arma de verdad o de mentiras, porque yo no sé de armas. Tampoco supe si mi compadre me amenazó de esa manera para hacerme una broma pesada o porque sospechaba que yo acababa de salir del dormitorio con mi comadre.
[Familia Price
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27 Mayo, 2007 10:47





