Tras una noche en el calabozo, el cansancio había abierto surcos violáceos bajo sus ojos, pero la detenida no había perdido ni un ápice de su dignidad. De pie, ante el juez, tenía el aspecto de una mártir dispuesta al sacrificio, y su presencia impregnaba de tintes etéreos el ambiente iluminado pero extrañamente lúgubre de la sala de vistas. Cuando la había visto entrar, el letrado, contrariamente a su costumbre, había hecho ademán de levantarse, pero se había contenido y ahora se le veía incómodo, sin saber muy bien cómo comenzar el interrogatorio. Igualmente incómodos estaban los guardias que la custodiaban. A diferencia de ella, que miraba hacia el frente, los dos estaban cabizbajos, como avergonzados del trance por el que la estaban haciendo pasar. El juez tragó saliva, carraspeó y, luego, con voz entrecortada, le leyó los hechos que habían dado lugar a su detención. La mujer, simplemente, se limitó a asentir, o a enarcar las cejas en cuanto escuchaba lo que podrían ser falsos datos o imprecisiones. Una vez acabados de leer los cargos, el letrado dejó escapar un suspiro y le preguntó si tenía algo que declarar. Ella dijo que sí: que lo que ocurría con ella no era otra cosa que el fruto de los tiempos que corren, en los cuales no se respeta ni la categoría ni el oficio de las personas. Ella era —o había sido, si así lo preferían— una persona muy importante, alguien que había llevado la felicidad a muchos hogares —a muchos hogares prin-ci-pa-les, puntualizó—. Su nombre era conocido en el mundo entero, y en el mundo entero se la quería y se la respetaba. A donde quiera que ella iba, llegaba la alegría, la paz, la concordia, el amor… Porque su oficio consistía en eso, ¿sabían? —aquí, tanto el juez como los guardias, asintieron—. Sin embargo, ¿qué ocurría ahora con la gente? La gente, desde los Reyes para abajo, era una desagradecida. Al parecer, ya no hacían falta personas como ella. Durante muchos años, muchos —repitió—, en una ocasión como la de ahora, ella habría sido la primera en ser recibida por los Reyes y por los Príncipes. Habría sido ella quien hubiese regalado las primeras ropitas a la bebé, quien le hubiese vaticinado su futuro y quien la hubiese tomado bajo su protección. Y en cambio, ahora, la habían detenido por intentar entrar en la habitación en donde la princesa y la niña se recuperaban tras el alumbramiento. No, no era así como se comportaban los reyes de antes. En todos los años que llevaba de Hada Madrina, era la primera vez que le ocurría algo semejante. Bueno, la segunda. Con la otra infanta le había pasado lo mismo.
[Superhéroes
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06 Mayo, 2007 11:59





