Prudencio Price nunca debió presionar a su mujer para que comprara preservativos. Acabáramos, había dicho ella. Desde novios y, luego, de casados, había sido él quien había asumido la responsabilidad de adquirirlos. Qué problema había? Ninguno, según el, pero se había cansado de ser siempre él quien se cuidaba de lo mismo. ¿No era él el encargado de la compra?, había dicho ella. Pues, sí, pero, ¿por eso tenía que comprarlo todo?, había dicho él. Pues, sí: todo, había dicho ella. Pues mira por dónde, había dicho él, a partir de ahora, se iba a tener que comprar ella las compresas, porque a él le fastidiaba tener que comprarle las compresas. Ah, ¿así que el problema eran las compresas?, había dicho ella. Pues, sí, había dicho él. No tenía por qué estar él mirando las estanterías a ver si ella necesitaba compresas con alas, o normales, o superabsorbentes, ¿entendía? Bah. Ella entendía que eso eran tonterías. ¿No cogía él un detergente, un dentífrico o una botella de aceite de las estanterías? Pues, con las compresas era lo mismo. Anda, que era lo mismo, había dicho él. ¿Igualito, verdad? Parecía mentira que con sus años todavía le dieran corte esas cosas tan superadas, había dicho ella. Pues, sí: todavía le daban corte, había dicho él. Él era de una época en la que los preservativos no se anunciaban por la tele, en la que había que espiar la farmacia desde el exterior y entrar cuando no hubiera clientes, y en la que, según el talante del farmacéutico, se podía salir de allí sin los preservativos y con una bronca de mil pares de narices porque allí no se vendían cochinadas. ¿O no se acordaba? Pues esas cosas ahora no pasaban, había dicho ella. Pues, no, había reconocido él. Pero el corte seguía siendo casi el mismo. Aunque, ella, cómo iba a saberlo, si nunca había pasado por ésas. ¿A que nunca había comprado una caja de preservativos? Al menos, que él supiera, había dicho él. Pues, no, pero no lo veía tan complicado, había dicho ella. Pues, venga: si no era tan complicado, ahora mismo iban a ir a la farmacia, había dicho él. Pues, venga, había dicho ella. Y para allá se habían ido, muy resueltos, sin cruzar palabra, y habían entrado al establecimiento, que estaba lleno de gente. Y, cuando les había tocado el turno, ella se había acercado al mostrador, y él se había puesto a su lado, como si la llevara de rehén. Y, como ella no se decidía, él la había conminado con un gesto de cabeza que significaba: venga, ya que eres tan valiente… Y ella había dicho con voz alta y clara, que había resonado en todo el local: “Una caja de preservativos tamaño mini”.
[Amores y desamores
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20 Mayo, 2007 11:29





