Hacia finales del año 2020, el paleontólogo Edubaldo Price publicó un trabajo que dio un giro copernicano al estudio de la evolución humana. Hasta esa fecha, las teorías de Charles Darwin sobre el origen del hombre eran aceptadas por la totalidad del mundo conocido, con excepción de algunas regiones de Estados Unidos, en cuyas escuelas se seguía enseñando a los niños que la idea de que el hombre pudiera descender del mono era, simplemente, ridícula. Como es sabido, las conclusiones que el naturalista británico publicó en 1871 fueron recibidas por sus contemporáneos con escepticismo, dudas y no pocas burlas. Tuvieron que pasar algunos años para que la comunidad científica aceptara que la especie humana está emparentada con la de los primates. Idénticos escepticismo y burlas provocaría un siglo y medio después Edubaldo Price, quien, paradójicamente, confirmó y a la vez echó por tierra las teorías de Charles Darwin. Para formular sus hipótesis, Edubaldo puso como ejemplo a Nicolás Copérnico. Así como el astrónomo polaco demostró en 1543 que era el Sol y no la Tierra el centro del universo conocido hasta entonces, Edubaldo proclamó en el 2020 que no era el hombre el que descendía del mono, sino el mono del hombre. El mono, por tanto, se encontraba en una fase superior —más evolucionada— que el hombre, lo cual convertía en inútiles todos los esfuerzos científicos para buscar al inencontrable —por inexistente— eslabón perdido. Lo curioso fue que el hallazgo de Edubaldo no se originó en los estudios comparativos de fósiles a los que él, como paleontólogo, estaba acostumbrado, sino a una intuición que tuvo un día de marzo del 2007 cuando estaba sentado frente al televisor. “En la pantalla, los senadores españoles mostraban un comportamiento que me recordó más a monos agresivos que a personas adultas y educadas”, escribiría más tarde en sus memorias. Tras esta primera iluminación, vinieron años de estudios y de observación concienzuda que no dejaban lugar a dudas: el hombre iba evolucionando hacia mono. No había pues, que buscar el eslabón perdido, pues el eslabón perdido éramos nosotros, y en lugar de mirar hacia atrás debíamos mirar hacia delante. ¿Alguien recordaba la inquietud que nos producía la mirada de los gorilas y chimpancés, tan parecida a la nuestra? Durante muchos años se pensó que esa inquietud la sentíamos porque, en cierta manera, nos encontrábamos frente a frente con nuestros antecesores. Price demostró que, en realidad, esa mirada es la mirada de nuestros hijos. Cada vez más monos.