El Universo, al principio, era la Nada, y en esa Nada, de repente, comenzaron a flotar unas partículas de polvo que no aparecieron de la Nada —puesto que la Nada no puede originar nada— sino que procedían de otro Universo paralelo situado justo encima del que conocemos. Para los efectos, era como si el Universo que conocemos fuera el piso de un edificio, y el otro Universo, el paralelo, fuera el piso de arriba. Y como si alguien, allá arriba, en el Universo paralelo —hay guarretes y guarrillas para todo— hubiera sacudido una alfombra cuyo polvo, en forma de infinitas partículas, hubiese caído al piso de abajo, en el que no había absolutamente nada: ni balcones, ni terrazas, ni salón comedor, ni habitaciones, ni cocina, ni lavabos, ni nada, porque el piso de abajo era la Nada. Pues bien: esas partículas flotantes de polvo provenientes del piso —Universo— de arriba comenzaron a atraerse a sí mismas, formando nuevas partículas cada vez más grandes que a su vez atraían a otras, y a otras, y así sucesivamente hasta formar masas cada vez más compactas y gigantescas que atraían a otras, y a otras, hasta formar una pelota gigantesca que no paraba de crecer y ejercía cada vez más fuerza sobre sí misma
y sobre todo lo que la rodeaba. Para que nos entendiéramos, esa pelota llegó a ser tan inmensa que era más grande que la suma de todos los planetas conocidos y desconocidos, de las estrellas, de las constelaciones, de las galaxias y de todos los demás conjuntos de masas estelares, porque esa pelota era todo lo existente condensado en una gran esfera —o una gran boñiga, porque ¿quién nos asegura que sus formas fueran regulares o irregulares?—. El Universo que conocemos era aquella gran esfera o boñiga —cada vez más apretada— y la Nada a su alrededor. Había habido un momento —porque había sido eso, un momentito de nada— en que, de puro prieta —de tanta presión sobre sí misma—, la boñiga había estallado en miles de miles de miles de millones de pedazos, y cada uno de esos pedazos había ido encontrando su sitio en la Nada —un sitio que no era estático, sino móvil, puesto que el impulso de la explosión se mantendría para siempre jamás mediante rotaciones, traslaciones y órbitas planetarias—.
Al llegar aquí, vino la pregunta que destruyó todo ese complicado engranaje: “¿En qué piensas?”, dijo ella. ¿En qué iba a pensar? En nada. ¿Cómo que en nada? Nadie piensa en nada. Pues, sí. Resultaba que él pensaba en nada. Mejor dicho: en la Nada —aclaró, con una sonrisita de superioridad—. Y cometió el error de desvelarle, uno a uno, sus pensamientos. “Muy bien, Einstein” —dijo ella—. “Pero, ahora, baja a por el pan.” Hala, el Big Bang a tomar por el saco.
y sobre todo lo que la rodeaba. Para que nos entendiéramos, esa pelota llegó a ser tan inmensa que era más grande que la suma de todos los planetas conocidos y desconocidos, de las estrellas, de las constelaciones, de las galaxias y de todos los demás conjuntos de masas estelares, porque esa pelota era todo lo existente condensado en una gran esfera —o una gran boñiga, porque ¿quién nos asegura que sus formas fueran regulares o irregulares?—. El Universo que conocemos era aquella gran esfera o boñiga —cada vez más apretada— y la Nada a su alrededor. Había habido un momento —porque había sido eso, un momentito de nada— en que, de puro prieta —de tanta presión sobre sí misma—, la boñiga había estallado en miles de miles de miles de millones de pedazos, y cada uno de esos pedazos había ido encontrando su sitio en la Nada —un sitio que no era estático, sino móvil, puesto que el impulso de la explosión se mantendría para siempre jamás mediante rotaciones, traslaciones y órbitas planetarias—.
Al llegar aquí, vino la pregunta que destruyó todo ese complicado engranaje: “¿En qué piensas?”, dijo ella. ¿En qué iba a pensar? En nada. ¿Cómo que en nada? Nadie piensa en nada. Pues, sí. Resultaba que él pensaba en nada. Mejor dicho: en la Nada —aclaró, con una sonrisita de superioridad—. Y cometió el error de desvelarle, uno a uno, sus pensamientos. “Muy bien, Einstein” —dijo ella—. “Pero, ahora, baja a por el pan.” Hala, el Big Bang a tomar por el saco.





