Los neandertales dominaban el fuego y
enterraban a sus muertos, símbolo del miedo a la muerte. Se contempla
cada vez más el posible 'flujo genético' entre 'sapiens' y
neandertales. La contribución de los neandertales al genoma humano, de
confirmarse, sería tal vez menor del 5%.
Distinguiríamos a un neandertal en el metro?
Parece una pregunta simple, pero suele merecer respuestas largas de los
paleontólogos. Su versión académica ha dividido a la profesión durante
décadas: ¿Debe decirse Homo neanderthalensis u Homo sapiens
neanderthalensis? ¿Somos dos especies o una sola? Ambas cuestiones
vienen a equivaler a la siguiente: ¿Nos cruzamos durante los 10.000
años que coexistimos en Europa y Asia central? ¿Nos cruzamos durante los
10.000 años que coexistimos en Europa y en Asia Central?. Hubo algunos
casos de hibridación entre las dos especies, incluso pudo tratarse de
un solo suceso.
El
consenso científico actual es que no nos cruzamos, y que por tanto
somos dos especies: es parte de la teoría fuera de África (out of
Africa) sobre nuestros orígenes. Este modelo estándar de la evolución
humana se basa en parte en que, entre los más de 400 fósiles de
neandertales desenterrados por toda Europa en el último siglo, no hay
evidencias sólidas de individuos híbridos.
Pero
su gran apoyo es un tipo de ADN, llamado mitocondrial, analizado en los
últimos años en 14 neandertales fósiles: son muy parecidos entre sí, y
muy distintos del nuestro: no hay, por tanto, ni la menor evidencia de
"flujo genético", como suelen llamar al sexo los biólogos evolutivos.
El modelo estándar nos dice que nuestros ancestros salieron de África
hace 50.000 años, llegaron a Europa hace 40.000 y reemplazaron por
completo a los antiquísimos pobladores de aquellas tierras. Los últimos
neandertales vivieron hace 28.000 años en Gibraltar: su último refugio
del sur.
Pero
el modelo estándar puede estar a punto de sufrir algunos ajustes, y de
una naturaleza bien interesante. Uno de los científicos que logró
analizar ADN mitocondrial de fósiles neandertales, Carlos Lalueza-Fox,
de la Universidad de Barcelona, afirmaba el jueves: "Lo que parecía
descartado por el ADN mitocondrial ya no lo está en absoluto. Se
contempla cada vez más la posibilidad de flujo genético entre
neandertales y sapiens". Recuerden que flujo genético quiere decir sexo
en este gremio.
Carl
Sagan dijo que, en ciencia, las propuestas ex traordinarias requieren
evidencias extraordinarias. El sexo entre nuestros ancestros y los
neandertales entra de lleno en la primera categoría: en tiempos
recientes sólo ha contado con avales como el del paleoantropólogo de la
Universidad de Michigan Milford Wolpoff, líder de la llamada "escuela
multirregionalista" de la evolución humana, y considerado por la mayor
parte de sus colegas como una variedad académica exótica, si no
llanamente lunática.
Pero
las evidencias a las que se refiere Lalueza-Fox también son
extraordinarias, como pedía Sagan. Constituyen, de hecho, una de las
proezas científicas más espectaculares de los últimos años: el genoma
neandertal. La mejor manera de describirlo es como un microscopio de
alta potencia enfocado sobre nuestros orígenes. Y pronto tomará algo
parecido a una foto de hace 38.000 años.
Hacia
esa fecha enterraron a aquel hombre en la cueva de Vindija, en Croacia.
El único tesoro que se llevó a la tumba dormía dentro de cada una de
sus células: una copia de su genoma, el mismo texto de 3.000 millones
de letras de ADN que, poco antes, le había convertido de un óvulo
fecundado en un hombre de Neandertal hecho y derecho. Allí seguía hace
25 años, cuando el arqueólogo croata Mirko Malez, recientemente
fallecido, dirigió las excavaciones de Vindija.
La
fecha es interesante. Los neandertales llevaban campando por Europa más
de 300.000 años. Dominaban el fuego y eran lo bastante sensibles como
para enterrar a sus fallecidos: el signo arqueológico clásico del miedo
a la muerte, que ningún homínido había mostrado hasta entonces. Sus
herramientas de piedra -la cultura musteriense- eran bastante avanzadas
excepto por una cuestión esencial: permanecieron invariables durante
300.000 años y a lo largo de todo el rango geográfico de la especie.
El
contraste entre ese inmovilismo cultural y una nueva creatividad, con
herramientas que cambian en yacimientos situados a pocos kilómetros, o
separados por unos cuantos años, señala sin ambigüedades el Gran Salto
arqueológico que acompañó la llegada a Europa del Homo sapiens, hace
40.000 años. Sus primeros restos aparecen en Vindija 2.000 años antes
de la muerte de nuestro neandertal.
Uno
de los fragmentos óseos de aquel hombre estaba tan deteriorado que los
arqueólogos lo tiraron a una especie de cajón de huesos sin interés,
que el Museo de Zagreb ha conservado en un apartado rincón durante los
últimos 25 años. Gracias a eso nadie lo ha tocado: está limpio de ADN
humano, y ésa ha resultado la clave esencial para poder leer su genoma
neandertal.
El
resto lo pone una asombrosa tecnología de secuenciación (o
determinación del orden exacto de las letras del ADN) desarrollada por
la firma norteamericana 454 Life Sciences. Se basa en la detección de
ínfimas cantidades de luz emitidas por cada letra -los sensores de esta
máquina están inspirados en los que usan los telescopios para
vislumbrar las estrellas lejanas-, y obtiene una resolución sin
precedentes con muestras de ADN muy escasas.
El
alma del proyecto genoma neandertal es el jefe de genética del
Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Svante
Pääbo, un científico que se ha ganado una excelente reputación entre
sus colegas, desde el biólogo molecular y premio Nobel Sydney Brenner
hasta el antropólogo de Stanford Richard Klein. Casi nadie lo creía
posible, pero Pääbo publicó el mes pasado en Nature un millón de letras
del genoma neandertal, y ha leído ya otros cinco millones.
Y
al compararlo esas secuencias con el genoma humano, los científicos de
Leipzig han hallado numerosas discrepancias con el modelo estándar. El
análisis de esas comparaciones, escriben en Nature, "es incompatible
con un modelo de separación simple entre las dos especies", y "sugiere
un flujo genético entre los humanos modernos y los neandertales". No necesito recordarles otra vez el significado de flujo genético.
Pääbo
y los demás científicos llegan a sugerir, basándose en un minucioso
análisis matemático de sus secuencias, que ese flujo ocurrió
probablemente "desde los hombres modernos" hacia las mujeres
neandertales, aunque admiten necesitar más datos para asegurarlo. Y ya
los están obteniendo a toda velocidad.
Pääbo
no es precisamente una fuente sospechosa en este debate. Fue él quien,
hace nueve años, consiguió analizar el primer ADN mitocondrial de un
neandertal, y siempre ha defendido lo que ese dato ha parecido
demostrar siempre: que no hubo cruce. Pero los avances de los últimos
meses le han hecho cambiar de idea. Uno de esos avances no proviene de
su laboratorio, y se conoció sólo dos semanas antes que sus resultados:
se trata de un trabajo detectivesco del genetista Bruce Lahn, de la
Universidad de Chicago, sobre un curioso segmento de ADN que apareció
en el genoma de nuestros ancestros hace 37.000 años. Un texto genético
con un origen totalmente inesperado.
"El
trabajo de Bruc e Lahn es el mejor argumento que se ha presentado hasta
ahora a favor de una contribución genética de los neandertales a los
humanos modernos", dice Pääbo a EL PAÍS. "Hay otros posibles escenarios
para explicar los datos, pero una contribución de los neandertales es
el más verosímil".
En
realidad, si Lahn está en lo cierto, el asunto del cruce puede ir mucho
más allá de un desliz paleolítico sin demasiadas consecuencias. Lahn
estudia el gen microcephalin, cuyas mutaciones devuelven el cerebro al
tamaño de un australopiteco. Las variaciones sutiles de este gen han
dado lugar durante la evolución de los homínidos a algunos de los más
espectaculares "barridos selectivos". Eso quiere decir que, en cada
ocasión, la nueva variante del gen se propagó con rapidez por la
población humana.
Lahn
ya sabía que una variante del gen microcephalin aparecida hace 37.000
años tuvo tanto éxito que aparece ahora en el 75% de la población
mundial. Pero sus nuevos datos muestran que esa variante es justo uno
de los trozos de genoma que nos pasaron los neandertales. "Teniendo en
cuenta la función sumamente crítica que este gen tiene en el desarrollo
del cerebro" dice Lahn a EL PAÍS, "es razonable proponer que esa nueva
variante condujo a una función cerebral mejorada de alguna forma".
Los genetistas no
están dando la razón a Milford Wolpoff y su exótica "escuela multirregionalista",
que sostiene que la humanidad es una sola especie desde hace dos
millones de años, evolucionando en un completo régimen de libre
cruzamiento. La contribución neandertal al genoma humano moderno, de
confirmarse, sería cuantitativamente pequeña, tal vez menor del 5%. Los
nuevos datos genómicos han confirmado que neandertales y sapiens son
dos especies distintas, separadas hace medio millón de años. Lo que
ocurre es que, cuando volvieron a encontrarse en Europa, hace 40.000
años, hubo algunos infrecuentes sucesos de hibridación entre las dos
especies. Tan infrecuentes que, en palabras de Lahn, ¡pudo incluso
tratarse de un solo suceso!
"Lo
que sugieren los datos es que el apareamiento entre un Homo sapiens y
un neandertal -tal vez un solo caso- pudo pasarnos un gen que mejoró
nuestra función cerebral, y demuestra que el flujo genético desde otras
especies cercanas ha tenido un profundo impacto en nuestra evolución".
Cortocircuitos en la evolución
LAS EVIDENCIAS DE CRUCES
Infrecuentes
entre los neandertales y los humanos modernos recuerdan, en otra escala
temporal, las obtenidas este mismo año por David Reich, de la
Universidad de Harvard, sobre las complicadas huellas que dejó en el
genoma humano nuestra separación de los chimpancés. Reich demostró allí
que la separación de humanos.
y
chimpancés no podía entenderse como un suceso localizado en el tiempo:
la divergencia entre los dos linajes empezó hace 11 millones de años,
pero se vio después perturbada por hibridaciones entre los chimpancés y
nuestros ancestros, en ocasiones infrecuentes, pero que también dejaron
huellas muy perdurables en nuestro material hereditario.
Bruce Lahn cree, en efecto, que sus datos sobre la hibridación con los neandertales
pueden verse como un "zoom temporal" de esos otros resultados. ¿Qué opina Svante Pääbo?
"De confirmarse que hubo cruzamientos",
responde el científico de Leipzig, "lo que mostrarían ambas líneas de
evidencia es que, cuando miras en detalle cómo las especies, u otros
grupos taxonómicos, se separan, el cuadro que resulta no es tan simple
como nuestros modelos matemáticos, que suelen asumir: 'separación total
desde el instante x'. En cierta forma, esto no constituye una sorpresa.
Sabemos que la biología es más compleja que los modelos simples con los
que tiene que trabajar la genética de poblaciones [la matemática de la
evolución]".
Pääbo
concluye: "Todo esto también muestra que, una vez que consigues datos
genómi-cos extensivos, puedes empezar a descubrir la verdadera historia
de lo que ocurrió en el pasado. Y eso es lo que resulta de verdad
fascinante".
Pääbo
prevé acabar el genoma neandertal en dos años. La cantidad de
información que esa ristra de 3.000 millones de A, T, G y C puede
revelar sobre aquella especie desaparecida hace 30.000 años es
incalculable. ¿Tendrá el gen del lenguaje, FOXP2, la misma secuencia
que en nuestra especie? ¿Y los genes que están detrás del desarrollo y
la evolución de nuestro cerebro? Misterios al alcance.
Fuente: JAVIER SAMPEDRO / El País.com, 10 de diciembre de 2006