Joseba Arregi és el President de l'associació ciutadana Aldaketa (Cambio por Euskadi). Properament el podrem escoltar a Barcelona, a la I TROBADA DE CIUTADANIA PER LA DEMOCRÀCIA que organitza Ciutadans pel Canvi.
Avui ha publicat un article a EL PERIÓDICO titulat Una consulta salvadora, en el qual reflexiona sobre la proposta de referèndum feta pel lendakari Ibarretxe.
Aquesta és la visió de Joseba Arregi sobre la proposta d'Ibarretxe:
El lendakari Ibarretxe ha volcado todo su proyecto político, su
propio futuro y el futuro entero de la sociedad vasca en la ya famosa consulta
popular. Con el argumento del fracaso del intento de diálogo-negociación con
ETA de Zapatero, ahora es el Gobierno vasco el que debe liderar la
normalización y la pacificación de Euskadi.
La política de Ibarretxe vive de momentos de revelación: primero fue el
pacto de Estella/Lizarra, de exclusión de la mitad de los vascos, el comienzo
de la historia a la que invitaba a todos. Luego, la ruptura con quienes le
habían dado los votos para ser lendakari: también entonces comenzaba una nueva
historia.
EN LA precampaña a las elecciones del 2001, afirmó en el Kursaal de San
Sebastián: "Hoy comienza un nuevo camino: os invito a caminar
conmigo". Después vino su plan, la solución de todos los problemas de la
sociedad vasca. Y ahora todo ello se condensa en la consulta popular: es,
parece, el remedio definitivo, la pócima mágica capaz de curar todos nuestros
males. Nada menos que la puerta a la normalización y la pacificación. Estamos
enfermos, pues no somos normales, y esperamos una cura definitiva. Sufrimos
violencia, pues ETA existe y es amenaza para muchos ciudadanos vascos, y
ansiamos la paz. La consulta popular es la espada que va a cortar, por fin, el
nudo gordiano.
La consulta popular significa dar la palabra al pueblo vasco, al que hasta
ahora, al parecer, nadie se ha dignado a preguntar nada. Parece que el fetiche
de la consulta significa que la situación político-institucional que viven los
ciudadanos vascos es una situación impuesta desde el exterior. Pero lo cierto
es que poseemos, los pobres vascos condenados al silencio por no poder hablar
según el remedio que se nos ofrece, una Constitución votada en referendo, un
Estatuto encuadrado en dicha Constitución y aprobado por la inmensa mayoría de
vascos en referendo, cuyo resultado no fue aceptado por quienes con violencia
lucharon contra el mismo, y que ahora reclaman devolver al pueblo la palabra,
pero tampoco del todo por el nacionalismo llamado moderado y pragmático, que ha
puesto, cada vez más, en cuestión su validez.
Y si las consultas hasta ahora celebradas no han solucionado los grandes males
vascos --en realidad solo dos: el terrorismo y la no aceptación sincera de los
resultados por parte del nacionalismo--, ¿quién puede tener confianza en que
una nueva consulta popular vaya a hacerlo, si quienes la exigen han dado
muestras más que sobradas de no estar dispuestos a aceptar el resultado si no
les satisface?
El fetiche de la consulta está vacío. Mejor dicho, para no olvidar del todo a Marx:
esconde, desfigurándolo, un núcleo de verdad que hay que averiguar. Porque la
forma de plantear la consulta a favor del derecho a decidir de los vascos
pretende dar a entender que el problema de los vascos radica fuera: falta de
reconocimiento por los otros, por los no vascos, por España, por el Estado, de
ese derecho a decidir.
El problema de los vascos radica fuera. No radica en el interior de su
sociedad: que en su seno haya surgido el terrorismo que mata, amenaza, coarta
la libertad de ciudadanos vascos, que quiere imponer una única y exclusiva
forma de ser vasco, una identidad normativa a la fuerza. No. El problema son
los otros. Es España. Es el Estado. Y la consulta va a solucionar ese problema.
Porque va a dejar claro que los vascos saben que tienen derecho a decidir su
futuro, y van a manifestar con claridad que así lo quieren.
Uno se pregunta: si la realidad social es tan clara, ¿por qué ETA ha recurrido
al terror? Uno se pregunta: si la realidad de la sociedad vasca es tan
evidente, ¿por qué el nacionalismo gobernante no ha planteado hace años ya el
referendo de autodeterminación, sea legal o no, por qué el nacionalismo que ha
ocupado el poder desde el inicio se limita a plantear fechas futuras, a elevar
la consulta a categoría de proyecto? Y la respuesta es clara: porque la
situación que se supone como punto de partida no es tan evidente, porque la
realidad social no es tan homogénea como da a entender la reclamación del
derecho a decidir. Porque la consulta, en su categoría de fetiche, primero debe
producir la situación en la cual presuntamente se basa para exigir su
celebración.
El carácter de fetiche de la consulta evidencia que el problema de la sociedad
vasca no es exterior, sino profundamente interior. Lo que el fetiche de la
consulta debe producir es justamente el momento fundacional de una sociedad
unida en la reclamación del derecho a decidir. El nudo gordiano que el fetiche
de la consulta debe cortar no es uno que ata hacia el exterior, sino un nudo
percibido como el impedimento interior para la homogeneidad necesaria y
presupuesta por el nacionalismo vasco.
El fetiche de la consulta pone de manifiesto que la complejidad y el pluralismo
que caracterizan profunda, estructural y muy positivamente a la sociedad vasca
son percibidos por el nacionalismo como un mal, como un problema, como un
impedimento para poder ejercer no el derecho a decidir como ciudadanos con
todos sus derechos, sino como una homogeneidad étnico-cultural. El fetiche de
la consulta pone de manifiesto que el nacionalismo vasco e Ibarretxe ven
la complejidad y el pluralismo de la sociedad vasca como un problema que
solucionar. Esa es la función de la consulta: ser el momento fundacional de una
unidad evidente, creación
ex novo de lo que supuestamente se fundamenta
en la historia.
Y como eso no va a suceder, Ibarretxe ya ha previsto que va a disolver
el Parlamento y convocar elecciones, que espera que sean plebiscitarias y él
pueda seguir mandando. Que es de lo que se trata.