ROSAS DE PAPEL

9 Mar 2009

Dejó sus flores junto a las demás, no eran crisantemos. Eran rosas, rosas de papel, de papel de periódico, hechas con sus propias manos. Siempre había dicho que el verdadero amor se demuestra en los pequeños detalles que se ofrecen sin más. Eran rosas, rosas de papel de periódico. Las dejó serio, triste, sin una lágrima. Las había gastado hacía tiempo, cuando la angustia de perder al ser querido le secó el corazón. 

Recordó lo difícil que es aprender a amar.La belleza de unos ojos brillantes, de una sonrisa, de una leve carcajada y de la piel fina. El olor a ser querido y la caricia en la sien. 

Recordó los momentos amargos. La ira, la rabia, la impotencia y la ilusión del reencuentro. Ese beso, acaso abrazo, que se escapa a la voluntad y renace la esperanza, ese roce de manos, esa mirada clara y pura, ese ser querido. 

La angustia del desamor reapareció en su cuerpo, su corazón empezó a palpitar descompensado, la frente se le humedeció con un sudor gélido y en su cara apareció una mueca que desfiguró su seriedad permanente. Ni el paso del tiempo podía borrar su mayor frustración, todavía no entendía lo sucedido, y moriría sin una respuesta.  

Empezó a llover. Miró hacia el cielo gris buscando por última vez el consuelo del ser amado. Una gran gota golpeó dulcemente en su frente, se  deslizó pausada hacia su sien, su sien izquierda, la favorita de su amada. Allí se detuvo. Con nostalgia acarició esa sien, era esa caricia que nunca había olvidado. Un frió intenso recorrió sus venas, y su cuerpo se transportó a los momentos de placer e intensidad vividos antaño.  

La gota cayó sobre las rosas, rosas de papel, de papel de periódico. Una de ellas se abrió, como se abren las flores con el roció, mostrando la lúgubre noticia que les había reunido.  El conocía al culpable. Ella, solo ella. No había soportado la presión. Aún así la seguía amando con pasión, y no podía defraudarla en el último momento. Ella, solo ella. 

¡La quería tanto!.

Serio, triste y con los ojos llenos de lágrimas, echó un beso al cielo. Movió sus manos lentamente hacia la espalda y esperó que el frió metal de las esposas le inmovilizaran. Miró a los agentes que le acompañaban y se dirigieron al furgón policial. 

Por las rejas de la ventanilla buscó entre lágrimas, en el cielo gris, el brillo de los ojos de su amada. Un resplandor, brillante como esos ojos que buscaba, apareció entre las nubes. Una sonrisa dulce se dibujo en el serio rostro.  

¡No me dejes otra vez! 

En ese instante un fino y brillante relámpago entró por la ventanilla del furgón.  Dentro de él solo se encontraron las esposas y un fuerte olor a rosas.

Rosas, rosas de papel.


 

COMO CADA DIA

9 Gen 2009

Como cada día, salía de su portal, el portal de un edificio antiguo del centro de la ciudad donde vivía desde hacia pocos años, los suficientes para sentirse solo en la vida. Salía de su portal con las manos en los bolsillos de su cazadora y la mirada perdida. La misma mirada desde hacia mas de cinco años. La misma mirada desde que vio por última vez a su amada. Desde entonces lo perdió todo. Su familia, su trabajo, su vida...   Ya no era el hombre risueño y afable de antaño, sus labios habían adoptado la forma rígida de la horizontal, hasta el extremo que las propias arrugas de la cara eran horizontales. Salía de su portal en dirección al mar. A los acantilados de la costa. Como cada día, se sentaba entre las grietas de las rocas y dejaba que las olas le salpicaran el rostro. Las gotas saladas se deslizaban por sus mejillas sustituyendo a las lágrimas que él no podía derramar. Por su mente discurrían mil sensaciones, cientos de recuerdos y una única imagen. La imagen imborrable de su amada, con su sonrisa contagiosa, su mirada penetrante y su piel fina y tersa. En ocasiones el murmullo de las olas le confundía e imaginaba su voz pidiéndole perdón. Pero solo estaba él en el acantilado. La idea de saltar desde su sillón pétreo y abrazar las olas aparecía entrelazada con sus recuerdos. Cada día, cada hora. Pero no tenía valor. En el fondo era un cobarde. Lo había sido desde que la conoció. Siempre a la expectativa, sin forzar las situaciones, y echándose atrás cuando su deseo era el contrario. Nunca disfrutó de ella, ni dejó que ella lo hiciera de él. Después de tanto tiempo y tanto amor, siquiera sabe su nombre. No conoce sus inquietudes, sus gustos, sus horrores, sus secretos mas íntimos... Constantemente se preguntaba como se puede amar tan intensamente a una persona sin apenas conocerla, sin haber compartido lo mas terrenal. Pero los sentimientos no engañan, la amaba, y la amaba con toda su alma. Posiblemente ella le había abandonado por no conocerle. Estaba convencido que si ella le conociera de verdad no le hubiera abandonado nunca, pero ya no podía hacer nada. Dejar pasar el tiempo, que no cura nada, por mucho que los refranes hablen, y esperar. -“Donde estabas entonces, cuando tanto te necesite. Nadie es mejor que nadie, pero tu creíste vencer. Si llame a tu puerta de nada sirvió.....”  - Es su canción preferida. Siempre la tararea.  

 


 

Abrió los Ojos

16 Des 2008

Abrió los ojos. Después de varios días abrió los ojos, y vio un mundo borroso ante él. Parpadeó lentamente, para retrasar el encuentro con la realidad. Entre la niebla aferrada a sus ojos empezó a vislumbrar su brazo izquierdo colgado en el vacío que provoca el borde de la cama. Era un brazo blanco y arrugado, donde las  finas líneas azules de sus venas formaban dibujos extraños, que antaño hubiera plasmado en un papel dotándoles de una misteriosa vida que solo él había conseguido dominar, y que ahora solo representaban el camino tortuoso en el que estaba inmerso. Al final del brazo, en su muñeca, una voluminosa venda blanca rompía bruscamente la armonía  de los dibujos azules. Las manchas ocres de yodo se fundían con las pequeñas gotas de sangre que lograban atravesar la tupida venda.    - Pecas sobre tez morena, ojos azules que derraman sus lágrimas sobre un cuerpo delgado de piel blanca y suave.- había pensado. Constantemente imaginaba nuevas obras, nuevos proyectos, ignorando conscientemente su incapacidad, encerrándose en un mundo de recuerdos donde seguía siendo el artista admirado por todos, el hombre que plasmaba los sentimientos en pocos trazos. Uno, siempre, azul celeste, como los ojos de su amada.  - Vayan donde vayan mis cuadros ella siempre esta ahí, atrapando al espectador con su mirada profunda. Esos ojos azules, esos trazos, son el secreto de mi obra. ¡Ellos les seducen señores, no mi arte!- Solía repetir para escabullirse de las siempre incomodas y, para él , agobiantes preguntas de los críticos en las no pocas inauguraciones de exposiciones a las que acudía. No mentía. Honestamente  el mérito no era suyo. Con esos ojos a su lado, no debía esforzarse. Hiciera lo que hiciera, empezara por donde empezara, la obra acababa siendo arte. Arte entendido como el alma que transmite sensaciones irrepetibles, las mismas que sentía al mirarla. A menudo, cerraba los ojos después de haberla contemplado pausadamente, y dejaba fluir en su mente melodías inexistentes, creadas para que su mano dirigiera al pincel siguiendo sus compases.  Se alegraba de no saber solfeo, ni música, de ese modo no tenía la tentación de plasmarlas en el pentagrama. – Son nuestras, solo nuestras.....  Levantó la vista. La ventana estaba entreabierta e intentó incorporarse -¿Tiene frío? – Preguntó la enfermera que estaba a su cargo. No se inmutó por el repentino despertar de su paciente. Ya estaba acostumbrada a las  largas horas de letargo en el que solía refugiarse Gonzalo. Estaba segura que a ese hombre en su día viril y atractivo no le apetecía vivir, pero su fuerte cuerpo y perfecta salud le impedían morirse aunque por todos los medios posibles, él intentaba llegar al fin.  


 
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