En noviembre de 1945, la revista Life publicó “La guerra de 36 horas:” una ‘historia de ¿qué habría pasado si?’ sobrecalentada en la que un enemigo anónimo en “África ecuatorial” lanza un ataque con misiles atómicos por sorpresa contra USA, con el resultado de 10 millones de muertos. Una ilustración dramática que acompañaba al artículo mostró a los dos leones cacarañados de piedra todavía en pie, protegiendo una escena de ground zero de destrucción casi total, mientras
técnicos altamente protegidos estudiaban “los escombros de la ciudad destruida buscando radioactividad.”
Pasé ante esos leones majestuosos, todavía en pie (igual que la biblioteca) en 2006. Entré a la sala de microfichas y comencé a leer ediciones del New York Times así como de otros periódicos a partir del 12 de septiembre de 2001. Me vi sumergido una vez más en un Apocalipsis infernal. Palabras y frases vívidas del Times desde ese primer día: “puertas del invierno,” “lo impensable,” “mundo de pesadillas de Hieronymus Bosch," “tormenta infernal de cenizas, vidrio, humo, y víctimas saltando,” “infierno clamoroso,” “una caparazón de cenizas de lo que había sido, casi una Pompeya.” Pero una de las palabras más comunes durante esos días en el Times y en otros sitios fue “vulnerable” (o como lo dijo un artículo del Times, “ningún sitio era seguro”). La primera plana del
Chicago Tribune reflejó ese ambiente en un titular: “Sentimiento de invencibilidad repentinamente destruido,” y una sentencia principal: “El martes. USA la invencible se convirtió en USA la vulnerable.” Habíamos enfrentado a “los kamikazes del Siglo XXI” – una frase a la Pearl Harbor que atraería atención – y habíamos perdido.
Se me ocurrió, mientras hacía correr esas microfichas granulientas; mientras pasaba la foto de un hombre, en el aire, cayendo con la cabeza primero desde una torre del World Trade Center; mientras leía la siguiente observación de un superviviente de Pearl Harbor entrevistado por el Tribune: “Las cosas nunca volverán a ser lo mismo en este país”, mientras hacía correr sección tras sección, día por día, hasta nuestro presente inconfundiblemente cambiado; mientras leía todas esas palabras que borbotaban como una tormenta lingüística alrededor de las fotos de esas execrables nubes blancas; mientras consideraba todos los artículos de opinión y las columnas repletas de todas esas opiniones instantáneas que fluyeron a las páginas de nuestros periódicos antes de que haya habido siquiera el tiempo necesario para pensar; mientras veía, enterrada en sus páginas, una pila de palabras y frases – “ataque anticipado,” “un nuevo Departamento de Prevención [en el Pentágono]”, “defensas de la patria,” “agencia de seguridad de la patria” – que ya se asomaban en nuestro mundo, preparándose para que la gente las digiriera.
Entre todas ellas, la palabra que apareció más rápido, agarrada a ese “nuevo Día de la Infamia,” y con el efecto más letal, era “guerra.” El senador John McCain, entre muchos otros, calificó de inmediato los ataques de “un acto de guerra,” igual que el senador republicano Richard Shelby que insistió en que “esto es guerra total,” igual que el columnista del Washington Post, Charles Krauthammer, que inició su primer editorial ese primer día: “Esto no es un crimen. Es guerra.” Y rápidamente se encontraron junto a un torbellino de potenciales belicistas: demócratas así como republicanos, liberales así como conservadores, incluso si todavía desconocían el enemigo.
En la noche del 11 de septiembre, el propio presidente, dirigiéndose a la nación, ya habló de ganar “la guerra contra el terrorismo.” El segundo día, utilizo la frase “actos de guerra”, el tercer día: “la primera guerra del Siglo XXI” (mientras el Times informaba de un “toque de tambor para la guerra” en la televisión); al llegar el fin de semana, “la larga guerra”; y a la semana siguiente, en un discurso ante una sesión conjunta del Congreso, mientras anunciaba la creación de una Oficina de Seguridad de la Patria a nivel de gabinete, esgrimió doce veces “la guerra”. (“Nuestra guerra contra el terror comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí.”)
¿Qué habría pasado si? (11-S)
Y vino mi pensamiento de ¿qué habría pasado si? ¿Qué habría pasado si los dos aviones secuestrados, el vuelo de American 11 y de United 275, hubieran caído sobre esas torres norte y sur a las 8:46 y a las 9:03, matando a todos a bordo, causando amplios daños y cantidades importantes de muertos, pero si ninguna torre hubiera caído? ¿Qué habría pasado si, no se hubieran producido, como lo llamó un columnista del Tribune, “escenas de Apocalipsis” fotogénicas? ¿Qué habría pasado si, a pesar de dos enormes agujeros y del humo y las llamas que salían de las torres, la imaginería hubiese sido más parecida a la de 1993? ¿Qué habría pasado si no hubiera habido una gigantesca nube de destrucción capaz de recordar la visión del “día después,” ninguna imagen de torres cayendo, dignas de
“Independence Day”?
Con seguridad habríamos visto titulares resplandecientes, pero ¿habrían tenido en común las palabras “guerra” o “infamia”, como si nos hubiese atacado otro Estado? ¿Habría pasado la última superpotencia de ser “invencible” a ser “vulnerable” en la fracción de un segundo? ¿Habrían escrito nuestros periódicos instantáneamente editoriales sobre “antes” y “después”, o insistido en que este momento era el “test” supremo de la presidencia de George W. Bush, lánguida hasta entonces? ¿Habríamos considerado instantáneamente lo que el director de la CIA, George Tenet, pronto calificaría de “cadenas” impuestas a nuestras agencias de inteligencia y militares? ¿Habríamos estado reconsiderando, como sugirió el senador demócrata de Florida, Bob Graham, ese primer día, que se rescindiera la prohibición del Congreso de asesinar a funcionarios y jefes de Estado extranjeros? ¿Habría tratado un periodista del Washington Post, horas después, de identificar el tipo de “guerra” en la que nos encontrábamos? (La etiquetó provisionalmente “la Guerra Gris.”) ¿Nos habría sumergido el columnista del New York Times, Tom Friedman, al tercer día, en la “III Guerra Mundial”? ¿Habría el Times colocado el 14 de septiembre, con titulares y citas en primera plana, al Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, insistiendo en que “no es cosa simplemente de capturar a personas y responsabilizarlas, sino de eliminar los santuarios, eliminar los sistemas de apoyo, terminar con Estados que patrocinan el terrorismo?” (Los editorialistas del Times ciertamente notaron la ominosa “s” en “Estados” y escribieron el día después: “pero confiamos en que [Wolfowitz] no está pensando en invadir Iraq, Irán, Siria y Sudán, así como Afganistán.”)
¿Habrían combinado con semejante rapidez los medios la “guerra” entre Estados y los “actos de terror” como una “guerra contra el terror” y habría llegado esa frase, en un poco más de una semana, a un importante discurso presidencial? ¿Podría Los Angeles Daily News haber producido la siguiente serie de cuatro días de delirantes titulares, que incluso fue más lejos que el presidente en su impacto: ¡Terror/Horror!/ “Es guerra”/Guerra contra el terror?
¿Si todo no hubiera parecido tan familiar, no nos habríamos dado cuenta de lo que fue realmente nuevo en los ataques del 11 de septiembre? ¿No se habría intrigado más gente cuando, según Ron Suskind en su nuevo libro “The One Percent Doctrine,” un periodista preguntó al secretario de prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer: “¿Seguramente uno no declara una guerra contra un individuo? ¿No habría respingado el Congreso al aprobar, tres días después, una resolución de duración casi totalmente indefinida dando al presidente el derecho de utilizar la fuerza no contra una nación (Afganistán) sino contra “naciones,” en plural y no identificadas?
¿Y cómo habrían funcionado los planes nucleares del gobierno Bush, inspirados por el miedo, si esos edificios no se hubieran derrumbado? ¿Habrían tenido el mismo impacto el supuesto programa nuclear y los arsenales de armas de destrucción de Sadam? ¿Habrían penetrado tan profundamente los interminables vínculos del dictador iraquí, Al Qaeda y el 11-S hasta conducir a que, en 2006, la mitad de todos los usamericanos, según un sondeo de Harris Poll, sigue creyendo que Sadam tenía armas de destrucción masiva cuando comenzó la invasión de USA, y un 85% de los soldados usamericanos estacionados en Iraq, según un sondeo Zogby, creía que la misión de USA era sobre todo “tomar represalias por el papel de Sadam en los ataques del 11-S?
Sin esa imaginería apocalíptica del 11-S, ¿habrían dominando tanto la conciencia usamericana esas nubes iraquíes de fantasía en forma de hongo imaginadas por funcionarios gubernamentales, que se elevaban sobre ciudades usamericanas o esos vehículos aéreos teledirigidos iraquíes capaces de rociar nuestra Costa Este con armas químicas o biológicas, o la supuesta busca de yellowcake africano de Sadam (o incluso , hoy en día, la “bomba” iraní que no existirá, tal vez, durante otro decenio, si jamás llega a existir)?
¿Estarían ya Osama ben Laden y Ayman al-Zawahiri en celdas en la cárcel o ante un tribunal? ¿Habrían sucedido tantas cosas de otra manera?
La oportunidad de su vida (11-S)
¿Y si los ataques del 11 de septiembre de 2001, no hubieran sido vistos como un nuevo Pearl Harbor? Sólo tres meses antes, después de todo, estrenaron “Pearl Harbor” de Disney (la versión “esterilizada,” como la llamó el columnista del Times, Frank Rich), un filme gigante hecho con amplia ayuda del Pentágono, que desilusionó en los multicines. Como un acontecimiento, pareció irrelevante para el público usamericano hasta el 11-S, cuando la antigua historia – y la antigua retribución que la acompañó – borraron del cerebro usamericano la historia real de las últimas décadas, incluyendo nuestra masiva guerra antisoviética encubierta en Afganistán, de la que emergió Osama ben Laden.
Es la mayor ironía: Desde esos días triunfales de 1945, los usamericanos siempre habían sospechado en secreto que no eran “invencibles” sino excesivamente vulnerables, algo que sólo fue reforzado por la cultura pop y los temores más profundos de la era de la guerra fría. La confirmación de ese hecho llegó con tanta urgencia el 11 de septiembre sobre todo porque ya era una verdad instintiva. Los cazadores de ambulancias del gobierno Bush, que vieron una tal oportunidad en los ataques, fueron tal vez los últimos usamericanos que no habían absorbido esa realidad. A medida que se realizaba el guión del Nuevo Día de la Infamia, la escala horrible pero real del daño infligido en Nueva York y Washington (y a la economía de USA) se perdió esencialmente en la distancia. El ataque había sido relativamente pequeño, limitado en sus medios y masivo sólo por su atrevimiento y suerte – favorecido porque el gobierno no esperaba algo como ese ataque, a pesar del informe dado por la CIA a Bush durante un despreocupado día de agosto en Crawford ("Ben Laden decidido a atacar en USA”) y tantas otras pistas.
Recién la semana antes del 11-S la administración Bush había estado de capa caída, con un presidente “distanciado,” titubeante, criticado por miembros preocupados de su propio partido por tomar vacaciones demasiado largas en su rancho en Texas, mientras la nación iba a la deriva. Además, había sólo un grupo antes del 11 de septiembre con un guión de “un nuevo Pearl Harbor” en sus mentes. Importantes personajes del gobierno, incluyendo al vicepresidente Dick Cheney, al Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y al Subsecretario de Defensa Wolfowitz, habían querido aumentar durante años el poder del presidente y del Pentágono, disminuir el poder del Congreso (sobre todo cualesquiera restricciones parlamentarias de la presidencia resultantes de la era de Vietnam/Watergate) y completar el derrocamiento de Sadam Husein (“cambio de régimen”), abortado por el primer gobierno Bush en 1991.
También sabemos que algunos de esos planes fueron considerados en los años noventa y que los que los tenían y los impulsaban, en particular en el Proyecto por un Nuevo Siglo Usamericano, en realidad escribieron en una propuesta intitulada “Reconstruyendo las Defensas de USA” que “el proceso de transformación [del Pentágono], incluso si conlleva un cambio revolucionario, será probablemente prolongado, a falta de algún evento catastrófico y catalizador – como un nuevo Pearl Harbor.”
También sabemos que horas después de los ataques del 11-S, gran parte de la misma gente ya trabajaba en la guerra de sus sueños. Cinco horas después del ataque contra el Pentágono, Rumsfeld instó a sus asesores para que presentaran planes para atacar Iraq. (Notas de un asistente transcriben como sigue sus deseos: “Rápido, la mejor información. Juzguen si basta con atacar a S.H. [Sadam Husein] simultáneamente. No sólo UBL [Osama ben Laden]... Sean sólidos. Métanlo todo. Las cosas relacionadas y las que no lo están.”)
Sabemos que al llegar el día 12, el propio presidente había agarrado a su máximo consejero sobre contraterrorismo en el Consejo Nacional de Seguridad, Richard Clarke, y a parte de su personal en una sala de conferencias cercana al “Situation Room” de la Casa Blanca y exigió conexiones. (“’Miren bajo cada roca y muestren la diligencia debida.’ Fue un mensaje muy intimidante que decía: ‘Iraq. Denme un memorando sobre Iraq y el 11-S.’”) Sabemos que al llegar noviembre, los máximos funcionarios del gobierno ya estaban involucrados profundamente en la planificación operacional de una invasión de Iraq.
Y no estaban solos. Dentro del nexo Pearl Harbor/ataque nuclear que emergió casi instantáneamente de las ruinas del World Trade Center, otros trabajaban febrilmente. Sólo ocho días después de los ataques, por ejemplo, la compleja Ley Patriota de 342 páginas fue enviada apresuradamente al Congreso por el Ministro de Justicia John Ashcroft, aprobada por un Senado atemorizado a altas horas de la noche del 11 de octubre, sin haber sido leída por lo menos por algunos de nuestros representantes, y firmada como ley el 26 de octubre. Como indicó su aparición instantánea, estaba compuesta de una serie de caballos de batalla derechistas ya existentes, provisiones y ampliaciones de los poderes de mantenimiento del orden rápidamente redactadas, tomadas de una “lista de deseos” del FBI (anteriormente rechazada por el Congreso). Todo esto fue compaginado apresuradamente por gente que, como los hombres del presidente respecto a Iraq, vieron su principal oportunidad cuando se derrumbaron esos edificios. Como tal, representa mucho de los que ocurrió “como reacción” al 11-S.
¿Pero qué habría pasado si no hubiéramos estado esperando tanto tiempo una guerra propia de treinta y seis horas en la nación más victoriosa del planeta, su única “híperpotencia”, su nueva Roma? ¿Qué habría pasado si esos marcos pre-existentes no hubiesen sido tan bien preparados para que emergieran sin retraso? ¿Qué habría pasado si nosotros (y también nuestros enemigos) no hubiéramos ido al cine todos esos años?
Planeta hecho en las películas (11-S)
Entre otras cosas, nos hemos quedado con un monumento conmemorativo espurio de “mil millones de dólares” para los ataques del 11-S (recalibrado recientemente a
500 millones de dólares) planificado para Ground Zero en Nueva York, que comporta toda clase de excesos de costes asociados en otros casos con la ocupación de Iraq. En sus ambiciones, lo que conmemorará en realidad es el ímpetu exagerado, de cruzada, del gobierno Bush que siguió a los ataques. Es demasiado tarde ahora – y nadie me ha consultado en todo caso – pero sé lo que habría sido mi monumento conmemorativo.
Unos pocos días después del 11-, mi hija y yo hicimos un viaje al centro, lo más cerca posible de "Ground Zero". Mientras el aire seguía escoriando nuestras gargantas, caminamos de manzana en manzana, mirando por las calles para echar vistazos a la inmensidad misma de la destrucción. Y, por cierto, de un modo que ninguna pequeña pantalla puede comunicar, tenía un aire apocalíptico, especialmente esos inmensos fragmentos de edificios caídos que se elevaban como – recuerden, soy un usamericano típico formado por el cine y esa semana tenía filmes en mi cerebro – la imagen de la Estatua de la Libertad destruida que termina de manera horripilante la primera cinta de “Planeta de los Monos”, ese monumento cinematográfico a la locura nuclear de la humanidad. Si lo hubieran dejado como estaba, habría sido un monumento aleccionador para todos los tiempos, no sólo respecto a la matanza que fue el 11-S sino para lo que habíamos esperado durante tanto tiempo – y que, lamentablemente, seguimos esperando; lo que en el mundo que ha producido George Bush, se ha hecho cada vez más, en vez de menos, probable. E imaginen lo que sería entonces nuestra reacción.
¿Más seguros? No sean ridículos.
–––––
Tom Engelhardt, que dirige Tomdispatch.com del Nation Institute (“un antídoto permanente para los medios dominantes”), donde apareció primero este artículo, es cofundador del Proyecto del Imperio Usamericano y autor de “The End of Victory Culture, a history of American triumphalism in the Cold War”, “The Last Days of Publishing”, una novela, y en otoño: “Mission Unaccomplished” (Nation Books), la primera colección de entrevistas de Tomdispatch. Este artículo aparecerá en la edición del 25 de septiembre de Nation (en los quioscos esta semana).


unos buenos textos
Publicat per bien — 18 Set 2006, 21:47
Conocer al the world trade center era el sueño de mi vida,pero despues que los malnacidos de los terroristas segaron las vidas de muchas personas inocentes, junto a ellas la existencia de las torres gemelas, crecio un gran vacio en mi alma y se destruyeron mis sueños américanos,apòyo al gobierno norteaméricano que nuca cese de castigar a estos insurrectos sin escrupulos que no merencen existir en esta vida,le sugiero al gobierno norteaméricano que vuelvan a construir las torres gemeles con la misma vestimenta y más alta de lo que eran en otra ciudad de los estados unidos para que les duelan a esos desgraciados y para darle al mundo entero la esperanza de volver y conocer así como yo,lo que era la fachada de las Torres Gemelas.
Publicat per De venezuela.carlos antón — 28 Feb 2007, 00:54
Un sudamericà per Tinet! No ho hagués dit mai. Me n'alegro moltíssim, no deixa de ser un punt de vista diferent, perquè quants venezolans van morir a les torres?
Crec que molts, si més no sudamericans i en el fons tots som llatins.
Prefereixo un veneçolà avans que un madrileny!
Publicat per Enric — 06 Mar 2007, 13:15