Rutas – Les Fonts de Rellinars y la Pedra Seca

El punto de salida es la plaza que se encuentra delante del edificio del Ayuntamiento de Rellinars, en la calle dels Turots. Debemos bajar unas escaleras que nos conducen a la calle de Sant Pere y girar a la derecha. Seguiremos la calle, desde donde podremos ver a nuestra izquierda la iglesia vieja de Sant Pere y Sant Fermí. Continuaremos bajando en dirección a Les Fonts de Rellinars. Tomamos la calle de Mossèn Emili Riera, rodearemos La Fàbrica (empresa textil aún en funcionamiento), cruzaremos el puente de la riera, pasaremos por debajo de un acueducto y tomaremos el camino que gira justo después hacia la derecha. Caminaremos por este camino, que nos muestra a cada paso la espléndida vegetación de Rellinars. Encontraremos unas marcas de GR, que iremos siguiendo. Por el camino veremos a nuestra derecha, junto a unas terrazas de huertos, la Balma d’Andaló, una gruta a la que podemos bajar desde la curva que tenemos delante. Seguiremos el camino hasta llegar a otra curva, donde debemos abandonar las indicaciones de GR y seguir nuestro camino, que gira a la derecha. Desde este punto podemos disfrutar de unas buenas vistas de la montaña de Montserrat. Continuaremos por el camino, que después de una curva a la izquierda sigue paralelo a la riera de Rellinars.

Llegaremos a unas escaleras (a la derecha) que descienden hacia les Fonts de Rellinars y a la riera, donde podremos descansar, refrescarnos si hubiera agua y gozar de la tranquilidad del paraje. Para volver al pueblo podemos tomar el mismo camino. No obstante, los más aventureros pueden regresar por un sendero, pequeño y salvaje, que se encuentra justo al lado de las escaleras y que corre en paralelo a un canal de riego. Caminaremos con la riera a la izquierda y el canal a la derecha, con vegetación y fauna típicas de ribera. Llegamos a un punto en el que debemos dejar el canal y tomar un caminito que baja a la izquierda hacia la riera. Tendremos que cruzar la riera (¡cuidado con los pies!) y seguir el camino que sube al otro lado. Seguiremos este camino, que nos conducirá hasta las pistas polideportivas.
En el itinerario de la piedra seca podemos descubrir el pasado vitícola de Rellinars a partir del patrimonio arquitectónico y paisajístico que nos han dejado las anteriores generaciones. Iniciamos la excursión en el aparcamiento que encontramos en la iglesia de Sant Pere y Sant Fermí. Detrás de la misma, al final del asfaltado, tomamos la pista que va a parar al torrente de la Font d’en Sala, a mano izquierda, siguiendo el mojón de color violeta. Estos mojones nos guiarán a lo largo del itinerario. Cruzamos el torrente por un pequeño puente de piedra y pasamos por el centro de dos de las masías más antiguas y emblemáticas de Rellinars: el Gibert de Baix (izquierda) y las Ferreres (derecha).
Superadas las masías, la pista va a parar al torrente del Esbarzer, que atravesamos para remontar su curso por el margen izquierdo. Mientras caminamos, admiramos la espléndida masía del Gibert de Dalt, elevada al otro lado del torrente. Después de cruzar el torrente en dos ocasiones más, encontramos un mojón que nos indica la presencia de una barraca. Para visitarla tomamos el sendero que queda a mano izquierda. Llegados a la barraca observamos, unos metros más allá de la puerta, una segunda barraca e incluso una tercera a la derecha y, desde la parte posterior, las paredes de roca de la colina que queda delante de nosotros.
La barraca de Pere Baqué
Este conjunto de construcciones está relacionado con el cultivo de la vid que durante el siglo XVIII se extendió por las tierras llanas de Rellinars. En el siglo XIX, la creciente demanda de vino obligó a ocupar terrenos cada vez más marginales de relieves y suelos magros. En este sentido, las paredes de roca permitían reutilizar las rocas extraídas del terreno para nivelar y drenar el bancal evitando el arrastre de suelo tierra abajo. Las barracas eran imprescindibles si tenemos en cuenta que los nuevos campos de vid quedaban cada vez más lejos del pueblo o de la masía en la que residía el payés, y que las labores relacionadas con este cultivo requieren una atención constante: labrar o cavar más de una vez al año, podar, purgar las cepas, azufrar, vendimiar… Las barracas se convertían, pues, en almacenes para guardar las herramientas y en lugares de cobijo para compensar el rigor estival, los temporales, o para descansar a tomar algo durante las largas jornadas. Las condiciones térmicas y las chimeneas de muchas barracas así nos lo confirman.
Retomamos la pista y, mientras seguimos remontando el torrente, nos damos cuenta del patrón que caracteriza el paisaje: colinas bajas, rocosas y de bastante pendiente combinadas con torrentes secos y encajados. Mientras caminamos y observamos el paisaje, encontramos un mojón que nos indica la situación de otra barraca. Para visitarla bajamos unos metros por el sendero de mano derecha.
La barraca de Ramon del Gibert de Baix
El aspecto austero de estas pequeñas edificaciones (una planta circular o rectangular) esconde una complejidad técnica considerable que podemos analizar observándolas tanto desde el exterior como desde el interior. El muro se construye a partir de hileras de piedras rectangulares escogidas en el mismo entorno. La inestabilidad derivada de las irregularidades de las piedras se resuelve mediante pequeñas piedras angulosas colocadas a presión, que, haciendo de cuña, compactan todo el conjunto. La cúpula es el elemento más complejo y determina la anchura del muro que tiene que soportarlo. Se construye de forma similar al muro, pero en este caso las hileras de piedra se disponen de manera que salgan hacia el interior para cerrar el conjunto. La ligera inclinación de las hileras hacia el exterior y la cornisa permiten escupir el agua. Finalmente, la vuelta se cubría de tierra para mejorar la impermeabilización. Existen diversas soluciones técnicas para la abertura del portal, pero la mayor parte se resuelve a partir de un dintel de losa. En muchos casos, la barraca cuenta con algunos estantes en su interior y con una pequeña abertura para mirar al exterior. Volvemos a la pista. Unos metros más adelante observamos, elevada delante de nosotros, una barraca circular. Definitivamente, los restos arquitectónicos y el paisaje aún muestran el alcance que en otros tiempos tuvo la actividad vitícola en Rellinars. Cuando nos acercamos a la barraca, la pista se bifurca. Tomamos el itinerario de mano derecha y, dejando a la izquierda una valla verde, cruzamos el torrente de la Font del Bosc. Ahora la pista remonta por el torrente de Casajoana, cruzando el curso en diversas ocasiones. A medida que subimos, podemos observar, en el margen izquierdo del camino, diversos fragmentos de muros y alguna barraca de piedra seca medio en ruinas e, incluso, los restos de lo que ha dado en llamarse el Casot, indicado con un mojón.
El Casot, estas misteriosas ruinas construidas también siguiendo la técnica de la piedra seca son más antiguas que las barracas. El origen y función de esta construcción es un misterio de difícil solución, ya que no exixte ningún documento que nos hable de ella y, probablemente, formaba parte de una construcción mayor. Sea como fuere, su estructura, con cinco niveles de muros circulares de más de un metro de anchura, puede pertenecer a una antigua torre de vigía. En cualquier caso, parece que sólo podremos conocer estos restos mediante excavaciones arqueológicas. A la misma altura del Casot, pero unos metros más a la derecha, observamos dos barracas adosadas de planta rectangular.
Seguimos el itinerario y, unos metros más adelante, nos disponemos a cruzar el torrente, desde donde podemos observar diversos fragmentos de muros y dos barracas más: una, la más cercana, a la derecha del camino; la otra, en la vertiente izquierda, bastante más elevada. Algo más adelante encontramos aún otra barraca a la izquierda, algo apartada del camino. Cerca de esta barraca encontramos un desvío a mano izquierda que va a parar a la fuente del Càntir, donde podremos descansar, tomar algo y beber algo de agua bajo la sombra de una cueva.
La fuente del Càntir se encuentra en el interior de una cueva bastante profunda modelada por los agentes erosivos a lo largo de miles de años. Fijaos en los restos de muros, también de “piedra seca” a la derecha de la entrada. Estas cavidades fueron aprovechadas durante la Edad Media para construir con facilidad (sólo tenían que trabajar un muro) habitáculos diversos: corrales, lugares de resguardo, masías, etc. De esta cueva no se sabe nada a ciencia cierta, pero teniendo en cuenta su altura y la precariedad de los muros, es posible pensar que, en otro tiempo, fuera un corral o un lugar de resguardo vinculado a la masía de Casajoana. Por otra parte, el cántaro enganchado boca abajo al techo de la cueva aprovecha una grieta de la roca por la que se infiltra el agua de lluvia, colándose de manera lenta pero constante.
Deshacemos el camino de la fuente y volvemos a la pista dirigiéndonos a la masía que podemos ver elevada a la derecha. Pocos metros después, no obstante, encontramos una barraca a la izquierda del camino con restos de muros encima. Después de una pequeña subida vemos más restos de muros a la izquierda y (no podía ser de otra manera), una nueva barraca. Seguimos adelante a punto de dirigirnos definitivamente hacia la masía, pero nos vemos obligados a detenernos de nuevo. Un mojón nos indica la situación de otra barraca a la derecha del camino. Pese a estar tan cerca, esta barraca queda oculta entre la vegetación que, de hecho, cubre la mayor parte de las pequeñas construcciones de piedra seca que constituyeron la base material del cultivo de la vid. Como estamos comprobando a lo largo de esta excursión, estas construcciones quedan al descubierto después de un incendio. Vale la pena visitar esta barraca, que, a diferencia de las demás, es de planta cuadrada.
La barraca rectangular de Casajoana es la mayor y más alta de las que hemos visitado, y se encuentra en un perfecto estado de conservación, en parte a causa de recientes trabajos de restauración. En su interior cuenta con una chimenea y unos estantes. Por lo demás, lo más destacable es la dificultad constructiva que supone enlazar su planta cuadrada con la forma circular de la vuelta que la cierra. Esto se conseguía con el uso de conchas, piedras colocadas en los ángulos de la planta cuadrangular, de forma diagonal, de manera que éstos se iban limando.
Antes de irnos nos fijamos en el muro que se encuentra en la parte posterior de la barraca.
Al volver a la pista, giramos bruscamente hacia la derecha, cruzamos el curso del torrente de Casajoana y, finalmente, nos dirigimos hacia la masía rodeada de antiguos campos escalonados y en otro tiempo cultivados. Una esplendida panorámica de Montserrat hace las funciones de telón de fondo. La masía Casajoana fue propiedad de los Desfar, señores feudales de Rellinars a partir del siglo XV, y durante los siglos XVIII y XIX participó plenamente en la expansión de la vid, como lo demuestran los muros y las barracas de piedra seca que encontramos en sus parajes.
Dejamos la masía e iniciamos el descenso de retorno a la iglesia de Sant Pere y Sant Fermí, disfrutando del conjunto de construcciones y campos de Casajoana a nuestra espalda y admirando, a la izquierda, los riscales de la línea de cresta del camino Real, así llamado por el antiguo camino Real de Barcelona a Manresa que transcurre por ahí. Este camino fue famoso por ser uno de los escenarios preferidos de los bandoleros durante los siglos XVII y XVIII.
Unos minutos más tarde llegamos a un camino asfaltado que seguiremos hasta tomar una nueva pista forestal que nos devuelve al punto de inicio.

Seguid el plano y disfrutad de la ruta, aproximadamente 10 km toda la vuelta.

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