I. La persona y su dignidad

Escrito por picrespo | 20 Abr, 2009

I. La persona y su dignidad

I. QUÉ ES LA PERSONA Y CUÁL SU DIGNIDAD

Curiosidades semánticas

       La palabra castellana "persona" viene del adjetivo latino personus, que significa resonante; personare equivale a "sonar fuerte", hacerse oír. Lo cual parece relacionar esta palabra con la griega prósopon, que significaba "cara" y también "máscara" (trágica o cómica) que se ponían los actores de teatro,. A la vez que les disfrazaba del personaje que representaban, les servía de amplificador de la voz. La concavidad de la máscara reforzaba la voz, ocultaba al actor y por medio de la máscara el actor también "re-presentaba" un personaje. Para los griegos, pues, "prósopon" no tenía el sentido que nosotros le damos a la palabra "persona". Rara vez alude a persona en los textos filosóficos griegos, donde, por lo demás, aparece con escasa frecuencia.

        Entre los presocráticos, prósopon quiere decir "cara", "rostro",  incluso se dice de la faz de Helios, el Sol. En Platón, también quiere decir "rostro". Aristóteles habla largamente del "prósopon" (cara) y sus partes (nariz, orejas, etc.); también se refiere con el mismo término a la cara de la luna; y en algún lugar advierte -al margen del uso común de la palabra- que "prósopon" se debe decir sólo del hombre. El pez o el buey no tienen "prosopón" (rostro), sino lo que nosotros podríamos denominar, por ejemplo, "jeta". El "rostro" refleja un ser superior al del que sólo tiene "jeta". Entre nosotros suele decirse que "el rostro es el espejo del alma".

        Pues bien, aunque los orígenes de la palabra "persona" no se refieren a lo que hoy entendemos por tal, es cierto que siempre ha sugerido alguna realidad por alguna razón excelente o superior.  En latín, la voz "personare" indica un sonido que posee la fuerza necesaria para sobresalir. No es de maravillar que la palabra "persona" acabe por significar de modo eficaz lo más sobresaliente que hay en el universo: el ser inteligente, con entendimiento racional.

        De otra parte, la palabra "dignidad" significa también, fundamental y primariamente, "preeminencia", "excelencia" (excellere, destacar). Digno es aquello por lo que algo destaca entre otros seres, en razón del valor que le es propio. De aquí que, en rigor, hablar de "dignidad de la persona" resulta un pleonasmo, o quizá se trate de una redundancia intencionada, para resaltar o subrayar la especial importancia de un cierto tipo de seres. Por eso se ha reservado el nombre para los sujetos de naturaleza espiritual.

        "Digno" es aquello que debe ser tratado con "respeto", es decir, "con miramiento" (respectus), con veneración.

EXITO Y CRISIS DE LA DIGNIDAD PERSONAL

        Hoy casi nadie niega en teoría que todo hombre es "persona". Tiempo ha habido en el que se discutió sobre si la mujer lo era, o si los negros, indios y esclavos en general, tenían "alma". Se trataba de dilucidar -o de confundir, según los casos- la igualdad o desigualdad radical entre los seres humanos todos. Hoy, las expresiones "dignidad humana", "dignidad personal", "derechos humanos", están siendo muy empleadas, y esto es bueno.

        Pero en la práctica a menudo se olvida, o se niega con hechos esa "igualdad" radical, en lo que respecta a dignidad y derechos y deberes consiguientes. Es de lamentar que con mucha frecuencia no se usan tales términos desde una intensa valoración del ser personal, sino más bien como una lanzadera para reivindicar presuntas "mejoras" sociales, que no pocas veces resultan verdaderos atentados y lesiones al respeto debido a la persona. En la práctica se niega la igualdad de derechos  -lo cual es tanto como negar la igualdad de "ser" o de "naturaleza"- a los nascituros, o nacidos con alguna deficiencia notable, o a los enfermos que suponen una carga para la familia o para la sociedad, a los deficientes mentales, minusválidos, etcétera. En los últimos lustros se extiende además la práctica de la manipulación genética en embriones humanos, como si fueran simples objetos, medios o instrumentos para beneficio de los adultos. los poderosos del momento o de la circunstancia.

      Se ha dicho que "uno de los fenómenos más sobresalientes de nuestros días es la ambigua situación de la dignidad humana. Es, sin lugar a dudas, una de las nociones más invocadas. Sus excelencias son cantadas con acentos graves. Defenderla constituye el gran reto y la exigencia inaplazable de los sistemas políticos a la altura de nuestro tiempo. Vulnerarla supone, en fin, la expresión del mal radical, el indicio de una intolerable actitud profanadora del más íntimo e inviolable recinto personal. Mas, al propio tiempo, es una de las ideas más amenazadas. La degradación y el envilecimiento humano, que son síntomas claros de la crisis contemporánea, están más generalizados en nuestros días que en cualquier otro periodo de la humanidad. Los atentados contra el hombre, realizados según se dice, en nombre de su dignidad, han adquirido un grado de crueldad y refinamiento difícil de imaginar en épocas pasadas. La banalización de la sexualidad es un fenómeno habitual. La violencia y la tortura, formas extremas ambas de atentar contra la persona y su dignidad, forman parte de la vida cotidiana.

     "Todo ello ha hecho del presente una época de hastío hacia el hombre, que es considerado como mono desnudo, rata pérfida y perturbador de la naturaleza. La literatura contemporánea contiene numerosos testimonios de esa situación equívoca. Junto con el elogio encendido de la dignidad, se describe al hombre -sin reparar en la contradicción entre ambas cosas-, como ser aislado de los demás por abismos tan hondos que ni siquiera la buena voluntad puede franquear. La extrema inaccesibilidad del otro, la imposibilidad de entenderse con él de forma duradera, de atender a los requerimientos de su dignidad, no se ha percibido nunca tan dolorosamente como en nuestro siglo. "Vivir significa estar solo, dice Hermann Hesse, nadie conoce al otro, todos estamos huérfanos". Entre los hombres parece levantarse un muro que les impide acercarse y  tratarse de acuerdo con las exigencias de su valor incomparable. Con estas desgarradoras palabras lo ha expresado Albert Camus: "nos miramos y no nos vemos, estamos cerca y no podemos aproximarnos"" (J.L. del Barco, Bioética. Consideraciones filosófico-teológicas sobre un tema actual, Rialp, Madrid 1992, prólogo, pág. 11-13).

     Esta dolorosa realidad ha de tener una causa. Lo patológico no es originario. Y todo coincide con un desaforado anhelo de emancipación por parte del hombre. Ebrio de mayoría de edad no cae en la cuenta de que se halla, en muchos aspectos, todavía en la inmadurez de la adolescencia; que no está en condiciones de entender el agustiniano ama y haz lo quieras, porque ha adulterado la noción misma de amor. La ha invertido hasta el punto de centrarlo en el yo, en vez de hacerlo en el tú. El verdadero sentido del amor está en el otro, no en mí. Amor es lo que me convierte en yo para el otro. Amar han dicho los clásicos es, en cierto sentido, "descentrarse"; dicho de modo positivo: centrarse en el otro que da sentido a mi vivir.

        Y aunque no quiero decir que la dignidad de la persona no pueda percibirse al margen de la fe cristiana, es un hecho que la pérdida del sentido de esa dignidad coincide con la pérdida del sentido cristiano de la vida, con la negación teórica o práctica de Dios creador.

Antonio Orozco Delclós