PERSONA, DIGNIDAD, LIBERTAD

Escrito por picrespo | 21 Abr, 2009
 c. El mayor reduccionismo

PERSONA, DIGNIDAD, LIBERTAD
Antonio Orozco,



I c.  VIEJOS REDUCCIONISMOS ACTUALIZADOS

        En el Museo de Historia de Washington hay una pequeña sala dedicada "al hombre". En una de sus paredes hay una lámina que ostenta la representación de una figura humana adaptada al tipo de 77 kilogramos de peso. Transparentes vasijas de diversos tamaños contienen los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes: 40 kilos de agua, 17 de grasa, 4 de fosfato de cal, 1 y medio de albúmina, 5 de gelatina. Otros frascos de menor capacidad corresponden al carbonato cálcico, almidón, azúcar, cloruro de sodio y de calcio, etcétera. El hombre -sea político o militar, poeta, cantante, ministra o castañera-, parece reducirse allí a una suma de unos cuantos elementos de la tabla de Mendeleiev. No es de maravillar que "el pequeño dios del mundo" -como llama el Fausto de Goethe al hombre- salga un tanto deprimido del Museo de Historia de Washington.

        En la historia del pensamiento hay conceptos de "anthropós" para todos los gustos. Desde el "homo mensura" (Protágoras) o "sol y dios de sí mismo" (Feuerbach), hasta el paquete de átomos a lo Demócrito y Carl Sagan. El materialismo no ha avanzado mucho desde sus viejos orígenes y sus variedades no se distinguen demasiado entre sí. Para Karl Marx el intelecto no es más que una secreción del cerebro, que a su vez es un producto de la materia evolucionada. Según Carl Sagan, científico de la NASA, presentador y artífice de la famosa serie televisiva titulada "Cosmos" (hay también versión bibliográfica), dice: "yo soy el conjunto de agua, de calcio, de moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva diferente".

        Carl Sagan sabe -como bien dice- que «hay quien encuentra esta idea algo degradante para la dignidad humana», pero apostilla: «para mí es sublime que nuestro universo permita la evolución de maquinarias moleculares tan intrincadas y sutiles como nosotros».

        Si el concepto atomista del hombre y del cosmos es sublime o ridícula es cuestión en la que de momento no entramos Con el mismo apellido en la etiqueta, pero distinto nombre de pila, la escritora Françoise Sagan nos define así a los humanos: «simple respiración provisional en la millonésima parte de uno de los millares de millones de galaxias». Es innegable que las magnitudes siderales -¡la cantidad!- impresionan profundamente a un materialista.

        Ahora bien, ¿el hombre no es «nada más» que lo afirmado por los Sagan, los Demócritos, los Marx y demás materialistas que en el mundo han sido? ¿El pensamiento y la persona, la libertad y el amor no son más que una combinación -aunque complejísima- de elementos químicos? El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ¿no es más que el  resultado de la combinación de letras surgida por azar, o por alguna oculta e ignota necesidad de las letras mismas? ¿No habrá detrás el ingenio de una potencia misteriosa y viva, trascendente e irreductible a "letras", llamada Miguel de Cervantes? Detrás de la Novena Sinfonía de Beethoven, ¿no habrá nada más que un cúmulo de notas ordenadas por unas neuronas que a su vez han sido ordenadas «por el azar», o más bien habrá que pensar en la existencia de un genio llamado Beethoven, irreductible a neuronas? ¿Las Hilanderas del Museo del Prado, no son nada más que una azarosa combinación de pigmentos o sustancias coloreadas? ¿No habrá que pensar más bien en la existencia de un genio llamado Velázquez, irreductible a pigmento, por excelente que fuera? Y detrás de Velázquez, de Cervantes, de la gravitación universal y de la evolución de la semilla en árbol, ¿no habrá que descubrir una Sabiduría infinita y creadora?

        Es muy fácil advertir que el materialismo carece de cualquier fundamento o sentido racional y que sólo puede incurrirse en él partiendo del prejuicio - juicio previo y acrítico- que pretende sostener la inexistencia de Dios.

        Si Dios no existiera, obviamente, nada existiría. Pero si imaginamos la absurda hipótesis de la no existencia de Dios, afirmando simultáneamente la existencia del universo, lo más lógico es concluir con Jean Paul Sartre --quien negó a Dios para declarar sin límites la propia dignidad y autonomía--, que «el hombre es una pasión inútil», «el niño es un ser vomitado al mundo» y «la libertad es una condena».

 

LA EXISTENCIA HUMANA COMO "PERMISO"

        Contemporáneamente a J. P. Sartre, en 1931, Ernest Psichari escribía aquella frase ya citada, en la que subyace una antropología exultante. Ernest Psichari entendía su propia existencia como un don, como una gracia, y la expresaba poéticamente como un "permiso", tan gratuito y valioso que despertaba toda su capacidad de admiración y gratitud. Ser hombre era para él un regalo del Creador.

        J. P. Sartre, después de negar la existencia del Donador, para no deberse a nada ni a nadie, cual adolescente sin remedio, para gozar de una libertad y autonomía absolutas, acaba interpretándose a sí mismo como un absurdo, como un ser de azaroso origen, carente de finalidad y de sentido.

        Estos son los dos polos entre los que bascula el pensamiento del hombre sobre sí mismo: optimismo, pesimismo; felicidad, angustia; esperanza, desesperación.