Una gota en el mar. Por Pilar Crespo Álvarez

Mi padre tiene más de 80 años y cada vez es más consciente de que el mundo está pensado para menores de 40. A pesar del interés que tenemos sus hijos en que utilice el móvil  le resulta imposible, ya que no ve la pantalla y los dedos tropiezan con varias teclas al querer pulsar una. Cuando lee el prospecto de un medicamento no puede ni leer las letras pues son demasiado pequeñas.  Podríamos decir  lo mismo de las instrucciones de las máquinas, que tienen a su favor la cantidad de idiomas que podría practicar si tan solo intuyera las palabras.

Cuando va por la calle, le gustaría saludar a los amigos, pero va mirando el suelo para no caer en un hoyo, o por un escalón o baldosa mal colocada.

Tampoco le resulta fácil mantener el equilibrio en los transportes públicos, ya que suelen tener pocos lugares donde apoyarse. Con frecuencia le regalamos libros, y lo primero que pregunta es si la letra es grande. Lo siento por los sesudos escritores que tanto se han esforzado en crear algo bello y al comprar en muchas ocasiones sólo nos fijamos en la dimensión externa de las palabras.

Decididamente, el próximo aniversario le regalaré una lupa. De todas formas no pierdo la esperanza de que esto se resuelva, pues yo paso los 50 , y en ocasiones me ocurre lo mismo que a mi padre.