Un bon amic m'ha demanat un article sobre l'ensenyament a la Segona República. L'he fet avui, i en castellà, com li convé. L'he penjat aquí, sense traduir,perquè no em queda temps per fer-ho.
També convé que sabéu que Josep Sáncez Cervelló convoca un sopar republicà per cosntituir un Ateneu Republicà a Tarragona. Serà el dia 17 d'abril a les 22:00, al restaurant Piscolabis, carrer Martí d'Ardenya, 6. Les persones interessades poden inscirure's ingressant el preu del menú, 25 euros, al compte de BANCAJA número 2077 1138 15 3100135478.
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Lluís Balart Boïgues
La
política de educación de la Segunda República y la Generalitat
La
proclamación de la Segunda República Española en el año 1931, fue
la respuesta cívica a la parálisis política en que había caído
el régimen monárquico por la desconexión con el entorno social de
los partidos dinásticos que le daban soporte. La dictadura de Primo
de Ribera, que había sido la solución autoritaria a la crisis, se
convirtió en el punto de no retorno hacia un nuevo sistema político
acorde con la necesidad de modernización del país, introduciendo
reformas que la corona era incapaz de asumir.
Una de
las cuestiones pendientes era la generalización de la educación
académica básica, mediante la inversión para dotar de escuelas a
todas las poblaciones y la universalización de la enseñanza
pública, que contaba con la competencia de las instituciones
religiosas que habían desarrolado un potente sistema escolar gracias
al privilegio que le concedía la ley de educación, la ley Moyano,
aprobada en 1857 y que estaría más de cien años en vigor,
eximiendo a los institutos religiosos de la acreditación de título
de maestro para impartir la enseñanza primaria y el depósito de una
fianza para la secundaria, requisitos que eran necesarios para
cualquier otra entidad privada que quisiera dedicarse a la enseñanza,
atendiendo las disposiciones del Concordato entre la Iglesia y el
Estado que imponían la supeditación de toda la enseñanza a la
doctrina de la Iglesia Católica Romana.
En el
primer gobierno republicano, Marcelino Domingo, nacido en Tarragona,
fue nombrado ministro de Instrucción Pública. Junto al alicantino
Rodolfo Llopis, director general de Enseñanza Primaria, pusieron en
marcha un ambicioso plan de construcción de escuelas primarias.
Mientras la monarquía había creado entre 1909 y 1931 un total de
11.128 escuelas, lo que representa un promedio de 505 anuales, en
sólo los 10 primeros meses de existencia la República construyó
7.000, al final de este año se habían completado 9.600, ya con
Fernando de los Ríos al frente del ministerio, y se alcanzó la
cifra de 10.000 nuevas escuelas a principio de 1933.
Para
hacer frente a la necesidad de maestros el gobierno organizó
cursillos dirigidos a todas aquellas personas que estaban en posesión
de un título de magisterio, pero que no habían podido ejercer como
tales debido a la falta de plazas escolares, que en su mayoría
habían obtenido una plaza de funcionarios en otros servicios
públicos. El éxito fue total, se inscribieron unas 15.000 personas
que optaban a un total de 7.000 plazas aproximadamente, lo que
garantizó una adecuada selección de las personas más aptas. Entre
1931 y 1933, un período en el que los salarios permanecieron
estables, los sueldos de los maestros se incrementaron en un 15%,
convirtiendo estos estudios en una opción atractiva, de manera que
se garantizaba poder cubrir la posible demanda que generaría el plan
quinquenal establecido, que pretendía crear 27.000 nuevos centros
escolares.
Al
mismo tiempo, el gobierno impulsó la laicidad en los centros
escolares, ordenando la retirada de crucifijos de las aulas, lo que
generó una contraofensiva religiosa, que, unida a las limitaciones
presupuestarias que imponía la difícil situación económica,
limitó el ritmo de creación de nuevas escuelas, impidiendo lograr
la cifra prevista.
En
Catalunya se planteaba, asimismo el reto de normalizar la enseñanza
del catalán, y en catalán, en la escuela. A pesar que la
competencias legislativas y de gestión en materia de enseñanza que
otorgaba a la Generalitat el Estatuto de Núria fueron eliminadas
por las cortes constituyentes de la República, la Generalitat se
esforzó, bajo la dirección del conseller de Cultura Ventura Gassol,
en la la formación del personal docente, de la creación de centros
piloto en enseñanza primaria y secundaria, de la mejora de las
enseñanzas técnicas y la extensión del uso del catalán en todos
los niveles, aportando un esfuerzo presupuestario superior a las
exigencias legales, lo que indicaba la prioridad que significaba en
la acción de gobierno.
Esta
breve relación de la importancia que dieron a la educación las
instituciones gubernamentales de la República, no puede cerrarse sin
destacar el papel que jugaron unos hombres, dos de ellos ya
mencionados, nacidos en nuestras comarcas:
Marcel·lí
Domingo, ministro de Instrucción Pública en dos ocasiones. Había
nacido en Tarragona, en la plaça de la Font y se formó y ejerció
como maestro en Tortosa. Rué un hombre de una trascendental
influencia política en toda la provincia de Tarragona que va más
allá del estricto marco de su militancia partidista para hacerse
sentir en un amplio espectro de la izquierda nacional y federal. A él
le cupo la responsabilidad de ejecutar una audaz política de
enseñanza, introduciendo novedades como la coeducación y a él se
debe el acierto en su aplicación en los primeros momentos de la
andadura republicana.
El
otro es Ventura Gassol, nacido en la Selva del Camp, poeta y activo
político nacionalista. Nombrado inicialmente conseller de
gobernación en la Generalitat provisional, pronto pasó a la cartera
de cultura desde donde desplegó un amplio abanico de iniciativas de
apoyo a la educación escolar.
No
puede cerrarse este capítulo de homenajes personales sin hacer
mención de un hombre de a pié, de los que aplicaron desde las aulas
la política de enseñanza como una herramienta de emancipación de
la clase obrera. Injustamente olvidado, es necesario rescatar del
anonimato la figura de Francesc Blanch.
Era
originario de la Terres de l'Ebre, estudió en Tarragona y ejerció
el magisterio en Torredembarra, donde fue muy apreciado par la
población. También ejerció de periodista en el Diari de Tarragona.
Comunista convencido, militó en el POUM y fue destacado dirigente de
la Federación de Enseñanza de la UGT, por lo que al finalizar la
campaña de ocupación de Catalunya durante la Guerra Civil tuvo que
exiliarse en Francia, donde padeció los rigores de la Resistencia y
fue prisionero de las tropas nazis alemanas. Después de la Segunda
Guerra Mundial fijó su residencia en Burdeos, trabajando como
farmacéutico hasta jubilarse y donde finalmente murió.
Una
vez fallecido Franco, volvió a Tarragona, adquiriendo la costumbre
de efectuar un viaje anual para atender sus obligaciones fiscales en
España, saludar a los familiares y a los pocos amigos
supervivientes. En el curso de estas visitas regulares, realizadas en
años de la transición política, nadie le rindió el homenaje que
mereció y que desde aquí reivindicamos (Cosa que seguro apoya Jordi
Suñé).