Dimarts, Desembre 16, 2008

Abrió los Ojos

16 Des 2008

Abrió los ojos. Después de varios días abrió los ojos, y vio un mundo borroso ante él. Parpadeó lentamente, para retrasar el encuentro con la realidad. Entre la niebla aferrada a sus ojos empezó a vislumbrar su brazo izquierdo colgado en el vacío que provoca el borde de la cama. Era un brazo blanco y arrugado, donde las  finas líneas azules de sus venas formaban dibujos extraños, que antaño hubiera plasmado en un papel dotándoles de una misteriosa vida que solo él había conseguido dominar, y que ahora solo representaban el camino tortuoso en el que estaba inmerso. Al final del brazo, en su muñeca, una voluminosa venda blanca rompía bruscamente la armonía  de los dibujos azules. Las manchas ocres de yodo se fundían con las pequeñas gotas de sangre que lograban atravesar la tupida venda.    - Pecas sobre tez morena, ojos azules que derraman sus lágrimas sobre un cuerpo delgado de piel blanca y suave.- había pensado. Constantemente imaginaba nuevas obras, nuevos proyectos, ignorando conscientemente su incapacidad, encerrándose en un mundo de recuerdos donde seguía siendo el artista admirado por todos, el hombre que plasmaba los sentimientos en pocos trazos. Uno, siempre, azul celeste, como los ojos de su amada.  - Vayan donde vayan mis cuadros ella siempre esta ahí, atrapando al espectador con su mirada profunda. Esos ojos azules, esos trazos, son el secreto de mi obra. ¡Ellos les seducen señores, no mi arte!- Solía repetir para escabullirse de las siempre incomodas y, para él , agobiantes preguntas de los críticos en las no pocas inauguraciones de exposiciones a las que acudía. No mentía. Honestamente  el mérito no era suyo. Con esos ojos a su lado, no debía esforzarse. Hiciera lo que hiciera, empezara por donde empezara, la obra acababa siendo arte. Arte entendido como el alma que transmite sensaciones irrepetibles, las mismas que sentía al mirarla. A menudo, cerraba los ojos después de haberla contemplado pausadamente, y dejaba fluir en su mente melodías inexistentes, creadas para que su mano dirigiera al pincel siguiendo sus compases.  Se alegraba de no saber solfeo, ni música, de ese modo no tenía la tentación de plasmarlas en el pentagrama. – Son nuestras, solo nuestras.....  Levantó la vista. La ventana estaba entreabierta e intentó incorporarse -¿Tiene frío? – Preguntó la enfermera que estaba a su cargo. No se inmutó por el repentino despertar de su paciente. Ya estaba acostumbrada a las  largas horas de letargo en el que solía refugiarse Gonzalo. Estaba segura que a ese hombre en su día viril y atractivo no le apetecía vivir, pero su fuerte cuerpo y perfecta salud le impedían morirse aunque por todos los medios posibles, él intentaba llegar al fin.  


 

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